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Alfons Garcia

A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

Sacrificio

Sacrificio

Sacrificio. Es una de las palabras del año. Como pandemia. Esta es la causa. La otra es la consecuencia. Sacrificio va unido a resistencia. Es hacer, incluso no hacer en muchos casos, por el bien de otro o de otros. Sacrificio es pareja de solidaridad. Sacrificio tiene un componente sagrado, de religiones y dioses, pero es sobre todo hoy una actitud humanista. Es el filósofo que llora por el dolor compartido. Sacrificio es evitar el contacto humano para contener la expansión de un virus. Sacrificio doble es hacerlo cuando la tradición ordena abrazos. Sacrificio es aguantar locales con la persiana subida mientras el mundo se confina. Sacrificio es renunciar a mejoras para evitar despidos de compañeros en las empresas. Sacrificio se conjuga en futuro. Es pensar en un mañana tan incierto como el hoy. Sacrificio es actuar sin seguridad de que los actos de hoy van a servir, pero actuar. Sacrificio es mirar el horizonte y no bajar la cabeza. Sacrificio es aceptar ver a la profesora y los compañeros a través de una pantalla. Sacrificio es soñar. Es ilusionarse con que todo puede ir mejor. Sacrificio es esfuerzo. Es no resignarse. Quizá como último gesto de esperanza.

Sacrificio es haber continuado pedaleando para repartir comida en los peores momentos, cuando las calles estaban desiertas, por los mismos dos euros que ayer y que mañana. Sacrificio son tantos luchadores en los hospitales y en las residencias, llenos de miedo, pero en primera línea, buscando una atención más humana, un tratamiento más eficaz, para los que miran con ojos de terror desde las camas. Sacrificio es la última mano humana. Sacrificio es sonreír en la videollamada con unos nietos que no pueden acercarse al geriátrico. Sacrificio son las horas de investigación para encontrar una vacuna mucho antes que en cualquier plaga anterior. Sacrificio es haber renunciado a las fiestas que marcan el calendario más que las hojas con números rojos y negros. Sacrificio es ceder poder por el bien colectivo. Sacrificio es apartar intereses electorales a pesar de ver un saco repleto de oportunidades. Sacrificio es contenerse al ver que todo gira más que nunca en torno a un centro de decisiones: Madrid como principio y final de casi todas las cosas. Sacrificio son los funerales vacíos, las despedidas solitarias, pero no desalmadas. Sacrificio son las butacas vaciadas de auditorios y salas de teatro y cine. Sacrificio son los jardines cerrados en espera de otros otoños. Sacrificio son los aviones aparcados en aeropuertos olvidados en medio de la nada. Sacrificio son parlamentos con mamparas, metáfora de un nuevo mundo en compartimentos separados. Sacrificio es ser menos humanos con la esperanza de serlo más en algún mañana, que ya no parece lejano, pero aún no está aquí. Sacrificio es no dejarse ir al ver la meta. Sacrificio es llegar, aunque sea con la mirada perdida. Sacrificio es continuar sin tropezar en la última recta. Sacrificio tiene una decena de acepciones, algunas cruentas. Y una, luminosa. Sacrificio es «un acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor».

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