Siempre he defendido que el amor es un acto de voluntad; que para amar bien no basta con dar mucho sino que lo importante es hacerlo con intención y con “percusión” o, lo que es lo mismo, con buen ritmo y con continuidad. Esto vale para el amor romántico y, por supuesto, para el amor fraterno, porque es la intención la que determina dónde ponemos la atención... y si la intención se educa, la atención se entrena. Esto último es importante ponerlo en valor en un día como hoy en el que celebramos internacionalmente el Voluntariado porque un voluntario es, en definitiva, alguien que tiene bien entrenada la mirada para ver las necesidades del otro y dirigir sus actos intencionadamente hacia la acción. Lo mejor de todo es que suele suceder que cuanto mayor es el entrenamiento, mayor resulta también el gozo y la afición. Es así: el que ayuda al prójimo, suele ayudar bien, ayudar mucho y ayudar siempre. El voluntariado siembra carácter, teje principios, crea hábitos y sostiene una sociedad.

Así se lo digo a mis jóvenes voluntarios al comienzo de nuestros cursos de Comunidad, Acción y Servicio y les reto a hacer un ejercicio con el que, invariablemente, obtengo el mismo resultado año tras año. Les propongo escribir cada uno en un papel adhesivo qué tres cosas, sentimientos o emociones, les produce el hecho de dar algo a otro y les pido que después hagan lo mismo con otro papel en el que escriban tres efectos del acto de recibir algo de otro... Al componer el collage de los dos paneles, resulta que el de “dar” y el de “recibir” tienen exactamente las mismas palabras, las mismas sensaciones, el mismo efecto... Y es que dar sin estar abierto a recibir es un mero acto de soberbia y prepotencia, similar a un abrazo con brazos rígidos y distantes.

El abrazo verdadero es como el voluntariado: se entrega y se recibe en reciprocidad, une incondicionalmente. Por eso, no es tan fácil ni inocente como aparenta, porque una vez que uno se funde compasivamente con el otro, nada de lo que le suceda nos puede resultar del todo ajeno. Hay que ser valientes para acoger así, hay que tener el coraje de entregarse y de comprometerse; hay que atreverse a dejar que las necesidades ajenas nos calen hasta los huesos, hay que aprender a abrir los brazos, exponer el pecho, dar cabida y tender la mano con largueza... en definitiva, hay que saber hacerse humano, genuinamente humano, en una sociedad gobernada por EGObios de todo tipo.

Por eso me gusta pensar que el 5 de diciembre es la fecha de las personas que no miden las distancias sino las cercanías, de aquellos que, desinteresadamente, tienden una mano amiga e impulsan a otros a hacer de nuestro mundo un lugar mejor. Es un día para celebrar el propósito y compromiso que organizaciones como Fundación por la Justicia tienen con el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 16 de la agenda 2030, promoviendo sociedades justas, pacíficas e inclusivas.

En una ocasión leí que para que un hombre nazca no basta con darle vida, sino que, además, “hay que traerle al mundo”. Así es; nacemos vulnerables y necesitados, pero aprendemos “nuestra humanidad” a través de la comunidad que nos sostiene. Los voluntarios son esa suerte de enviados en misión especial para evangelizar en favor de la cultura, la educación, las personas desfavorecidas o discriminadas, el cuidado medioambiental, la sostenibilidad y la protección civil. Con las manos, con la mente y con el corazón -y ahora también desde sus ordenadores como cibervoluntarios- crean el verdadero tejido solidario y de apoyo social: el resultante de un acto de voluntad y rebeldía incuestionable “ayudo porque puedo, porque quiero y porque me da la gana”. El mismo que a lo largo de toda la historia de la humanidad ha garantizado la supervivencia de nuestra especie, más allá de epidemias, desastres naturales y atrocidades que políticos y gobernantes se hayan llegado a permitir. Donde haya Voluntariado habrá, siempre, esperanza para todos.

¡Celebremos, por tanto, hoy día 5 de diciembre! Es un gran día para aclamar la humanización de la buena voluntad.