Hoy hace 70 años que la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 10 de diciembre como Día de los Derechos Humanos. Derechos de cualquier ser humano por el simple hecho de pertenecer a nuestra especie. Derechos a la vida, a la libertad, a la educación, al trabajo, a la justicia, a la dignidad de cada uno, a ser tratado como ser humano sin tener en cuenta el género, la edad, la raza, la condición social, el nivel cultural o el color de la piel.

Se considera la Declaración Universal de los Derechos Humanos el documento más traducido del mundo, a más de 500 idiomas.

Inmersos en la pandemia de la covid-19 quizás sea una gran oportunidad para pararnos a reflexionar sobre el estado actual de estos derechos en el mundo. Sin duda, hemos recorrido un trecho largo, profundo, difícil y a veces tenebroso desde aquel Código de Hammurabi de 1776 a.c., en el que dictaminaba que había tres clases de personas: superiores, plebeyos y esclavos.

Y pensando en la época actual desde principios de este siglo es cierto que hemos seguido avanzando en el cumplimiento de los derechos humanos que proclama la Declaración. Pero también son ciertas las diferencias profundas que aún existen entre continentes, entre países del mismo continente e incluso entre clases sociales del mismo país.

Avanzamos, sí. Pero de forma muy desigual. Y a veces, incluso, nos da la sensación de que retrocedemos. El avance, el desarrollo e incluso el aprendizaje nunca se dan de forma lineal. Más bien es una espiral a través de la cual precisamos vivir el ciclo de aprender-desaprender-reaprender.

Y en momentos de crisis como el actual, esas diferencias se agudizan. Aunque puede ser cierto eso de que el virus ataca a todos por igual, lo que no es cierto es que todos nos podamos proteger y hacer frente al mismo de igual manera.

Esta pandemia nos ha facilitado que nuestra conciencia sea mayor en dos aspectos fundamentales. Por una parte, nuestro sentimiento de vulnerabilidad: somos y podemos dejar de ser en cualquier momento por efecto de un virus invisible. Y por otra, somos más conscientes de la interdependencia entre los humanos. Ahí aparece ante nosotros la grandeza de nuestra diversidad. Y esta nueva conciencia nos acerca más unos a otros. Y nos lleva a respetar más, a escuchar más, a tener más en cuenta al otro. Y de ahí, a sentir que el otro tiene los mismos derechos que cada uno de nosotros, que seguramente, en muchos casos, tuvimos mejor suerte por el lugar donde nacimos, la madre que nos engendró o la familia en la que fuimos educados.

Dependemos cada vez más unos de otros. ¡Ya está bien de mirarnos el ombligo! Eleva la mirada, potencia tu empatía, desarrolla tu compasión y evoluciona del ‘yo’ al ‘nosotros’ y al ‘mundo’. A todos nos interesa que el mundo no naufrague. Cada uno tiene un papel, pero desde al que le ha tocado hacer de capitán hasta el último que trabaja en la sala de máquinas, todos y todas somos necesarios. Necesarios para conocer, reivindicar y luchar por los derechos de los humanos como especie inteligente y trascendente.

Ante esta necesidad es preciso tener en cuenta que el ser humano se ha ido sofisticando, pero eso no siempre significa evolución y progreso. La esclavitud ha ido evolucionando respecto a las formas que tenía hace 500 años, pero… sigue existiendo. La tortura ha disminuido en las formas de antaño, pero… sigue existiendo. La discriminación por sexo, religión, etnia o color ha mejorado, pero… sigue existiendo. La igualdad ante la ley y la presunción de inocencia han mejorado, pero la injusticia y los actos que violan la ley y no se castigan… siguen existiendo. Da la sensación que cada vez poseemos más libertades, pero día a día somos más controlados, manipulados y ciberdirigidos sin apenas darnos cuenta.

Eso sí, cada vez somos más conscientes de que los problemas que nos acechan son globales. Solo uniendo derechos, creencias y acciones conjuntas podremos ir creando un futuro que merezca la pena ser vivido. Y esa es tarea de cada uno de nosotros, a la que podemos y tendremos que colaborar desde nuestro hacer del día a día.

¿No será el momento de revisar la Declaración Universal de Derechos Humanos? O más bien, como dice Yuval Noah Harari, «al igual que la igualdad, los derechos y las sociedades anónimas, la libertad es una invención que sólo existe en la imaginación». Harari no va contra los derechos humanos, sino que los plantea como un «orden imaginado deseable».

Termino preguntándome: derechos humanos, ¿realidad o utopía? Y, como me gusta anticiparme a cualquier posible respuesta, aquí va la mía, que compartimos en Fundación por la Justicia: es cuestión de ponernos en marcha y luchar por ellos y el que ya esté en movimiento, que acelere. Es una responsabilidad individual de cada ser humano propugnar los derechos de todos sus congéneres. Y es por ello, también, una responsabilidad colectiva.