El diccionario académico y lexicográfico es el libro por excelencia, ya que contiene las palabras con las que nombramos el mundo por orden alfabético. En él solo aparecen aquellas voces que han recibido la autorización de la institución que se encarga de ello como sucede, por ejemplo, con la Real Academia de la Lengua Española. Pero ésta, fiel a su lema de «limpia, fija y da esplendor», sigue ignorando la importancia de analizar la visión patriarcal que representa el lenguaje. De tal modo que resulta urgente detectar las lagunas léxicas y las ausencias temáticas que existen en el diccionario de la RAE. Y no me refiero solo a los rasgos de desigualdad de género con los que el lenguaje utiliza palabras de significado peyorativo para aludir a las mujeres. De hecho, es de sobra conocido que muchas de las expresiones son declaradamente machistas y que responden a atavismos y pautas culturales misóginas muy arraigadas. En lo que en realidad quiero centrarme, es en la necesidad de acuñar nuevos términos que den cuenta de una sociedad paritaria y nombren a las mujeres en la medida que desempeñan profesiones diversas y participan de actividades que antes quedaban reservadas a los hombres.

Por eso encierra un gran valor sociológico la acuñación de un nuevo término que nombra por primera vez una realidad que, siendo un secreto a voces, no tenía nombre. Es el caso del término ‘criptogínia’, que recientemente ha incorporado la Academia Valenciana de la Lengua en su diccionario normativo. Un vocablo que fue creado y presentado hace casi un año por Begonya Pozo y Carles Padilla, ambos docentes de la Universitat de València. Se trata de un concepto nuevo que acaba de recibir el beneplácito para formar parte del inventario de vocablos que se aceptan en este diccionario. De raíces griegas, compuesto de ‘crypto’ (ocultar) y ‘gyné’ (mujer), significa la ocultación de los referentes femeninos. Y con ello designa una de las maniobras patriarcales más habituales que durante siglos ha utilizado un sistema cultural androcéntrico y que consiste en esconder, omitir o incluso borrar el talento de las mujeres en las artes y en las ciencias.

Por fortuna, hoy se sabe que han sido muchas las mujeres las que han contribuido al desarrollo del conocimiento y de la cultura. Sin embargo, si durante tanto tiempo se ha mantenido lo contrario, ha sido debido a la misoginia y a toda la violencia simbólica con la que se han ocultado sus logros. De ahí la importancia de un término que por primera vez da nombre a una realidad que era ignorada y que, gracias al esfuerzo investigador dirigido a mostrar el legado de las mujeres, ha hecho visible que no han sido meras excepciones en el campo del saber sino más bien la punta del iceberg.

En esa línea, Ana López Navajas enfocó, hace ya una década, sus primeras investigaciones y hoy coordina un proyecto Erasmus, liderado por la Conselleria de Educación, Cultura y Deporte, titulado ‘Women’s Legacy: Our Cultural Heritage to Equity’, que vincula a instituciones educativas de cuatro países (España, Lituania, Reino Unido e Italia). Este proyecto trasnacional europeo cuestiona la visión del mundo que se trasmite desde el sistema educativo en el que apenas hay referencias femeninas en los libros de texto. Su objetivo es dar el reconocimiento merecido que las mujeres tienen como protagonistas de la cultura y de la historia. Entre sus líneas de actuación, está la de crear un banco de datos con las referencias femeninas de autoría que faltan, para que pueda utilizarse como recurso didáctico y hacer de la intervención escolar una práctica realmente coeducativa.

Por ahora, la RAE no incluye ‘criptoginia’ en su diccionario y sería de agradecer que lo hiciera pronto por aquello de llegar a tiempo y no perder el tren de la igualdad. Desde luego, María Moliner, autora del Diccionario del Uso del Español (DUE), lo hubiera hecho. Ella misma es un claro ejemplo del menoscabo estructural ejercido sobre la obra de las mujeres. En 1972 fue propuesta por Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo para formar parte de la Academia. Pero a pesar de sus valedores, no consiguió entrar. Su obra, novedosa por las definiciones, los sinónimos, las frases hechas y las familias de palabras que incluía, la realizó durante quince años. Fue un trabajo metódico y preciso que le otorgó el apelativo de ‘la académica sin sillón’. Ella misma se refirió al hecho de que ser mujer hubiera influido en la falta de reconocimiento a su labor. En una de las entrevistas que le hicieron aquel año, al conocer que no había sido elegida por la RAE, afirmó de esa institución que «si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!».

Casos como el de esta gran filóloga hay muchos más en otros campos del conocimiento. De ahí la buena nueva de una palabra, recién nacida, que denuncia la ocultación sistemática de las creaciones y de los descubrimientos que han realizado las mujeres en el pasado y en el presente. Gracias a los datos reveladores de las últimas investigaciones, esta nueva voz nos encamina a pensar y actuar de otra manera en el ámbito educativo y a revertir la situación injusta y sesgada que se trasmite en la educación primaria, secundaria y superior. Una palabra que, acorde con otros planteamientos culturales y vitales, ha sido recibida como un avance expresivo que nos recuerda que las contribuciones meritorias de las mujeres no deben quedar más en los márgenes de la historia.