Desde el pasado 7 de diciembre, el agua ha empezado a cotizar en bolsa, a través del mercado de futuros de California. Esto es su reconocimiento como bien escaso y que a partir de ahora se va a especular con ella exactamente igual que se hace con el petróleo, el oro y los alimentos.

Esto tiene un doble significado. Por un lado, cabe esperar una subida de precios, en especial cuando las sequías y otros fenómenos del cambio climático interaccionen con el crecimiento poblacional e incluso con los efectos de la contaminación, aumentando su precio y haciéndose cada vez más inaccesible. De hecho, dos tercios del mundo podrían verse sufriendo este problema en años venideros. Y de aquí saltaríamos al doble significado, ya que estas condiciones son el pistoletazo de salida para llegar a una nueva generación de guerras, que, al albor de la crisis ecológica que va a marcar en adelante nuestra historia, y veremos cómo se reproducen los mismos esquemas que con las guerras por los recursos energéticos.

Quienes no compren el agua a futuro se arruinarán cuando ésta experimente un alza. Y por la experiencia previa que hemos visto en el mercado de futuros con los alimentos, la práctica especulativa de retener el producto para generar una demanda y soltarlo al alza ante la escasez, podría convertir al agua en objeto de muchas guerras, y no solo comerciales.

Tengo la absoluta seguridad de que se van a reproducir, como mínimo, los mismos esquemas que vimos con las revoluciones árabes-musulmanas, antes llamadas revueltas del hambre y que también han acontecido en otro tipo de países: la especulación con los alimentos reteniendo el producto hasta generar una gran demanda que permita especular con el precio, de tal manera que cuando se decidiera sacarlo al mercado esté ya muy alto. Los países que no podían permitirse esos precios fueron los que estallaron con revueltas.

Este esquema lo impartí en conferencias en 2012. Basta con sustituir la palabra alimentos por agua para hacerse una idea de lo primero que nos puede sobrevenir: el año 2008 fue el epicentro de la crisis alimentaria-financiera mundial, debido a la especulación de los alimentos en bolsa y su destino a los agrocombustibles y a una industria alimentaria que se hizo muy dependiente del petróleo. La fuerte demanda de emergentes como China, India y Brasil, junto con desastres climáticos de diversa índole (sequías e inundaciones que conllevaban pérdidas de cosechas), llevaron al brote de revueltas en países no sólo musulmanes, sino más bien dependientes de las importaciones o que sufrieron esas pérdidas de cosechas.

Los países que sufrieron estas carestías empezaron a experimentar revueltas por este orden: en 2008 en Haití, Marruecos, Egipto, Mauritania, Camerún, Bangladés, Indonesia y Filipinas. Se llegaron a alcanzar más de 100 millones de pobres en el mundo. Desde junio de 2010, la especulación en el mercado de futuros llevó a un alza de los alimentos de un 25 %, pero el trigo en particular alcanzó un 80 %, a lo que hubo que añadir 44 millones más de hambrientos en el mundo. Al año siguiente hubo conatos de revueltas por este motivo en Bolivia, el Magreb, Irak, etcétera, pero no en el África subsahariana porque tuvo buenas cosechas.

Lo que trato de explicar es que tratemos de imaginarnos este escenario, pero multiplicado, porque las previsiones apuntan a que dos tercios del mundo podrían enfurecer cuando la especulación con el agua la haga prohibitiva.