Últimamente, lo que siempre hemos denominado movimiento feminista vive momentos convulsos. No me parece mal, porque a veces se nos quiere hacer creer que abrir debates donde hay fuertes discrepancias no es femenino, aquello que siempre hemos entendido por femenino, es decir, inofensivo. No me parece mal que la discrepancia esté en el centro del llamado movimiento feminista. Ahora bien, hay cuestiones sobre la mesa -la transfobia, la vulneración de derechos fundamentales y los discursos de odio- que son precisamente contrarios a los valores del feminismo. 

A mí no me parece mal que las feministas discrepemos. Me parece, incluso, saludable: las mujeres no somos un grupo homogéneo, y luchar por nuestros derechos colectivos no nos puede hacer olvidar el resto. Pero para no distorsionar los cimientos del feminismo, estas cuestiones no pueden traspasar ciertas líneas rojas. La lucha feminista no puede atentar contra los derechos y las libertades de ninguna persona. Del mismo modo que el feminismo liberal o el feminismo racista no tienen cabida en mi práctica feminista, tampoco tiene cabida el feminismo transexcluyente.

En nombre del feminismo o la libertad de expresión no podemos tolerar que se normalice el discurso de odio. Es peligroso. Las últimas semanas, releyendo a Rebecca Solnit, he vuelto a encontrar las palabras. Yo, como ella, con una cierta proyección pública, soy capaz de encarar la violencia para defender lo que defiendo, pero ¿cuántas mujeres hay que no tienen este entorno, estos medios y esta munición? No se trata de tener un movimiento feminista autocomplaciente. Pero entre la autocomplacencia y la camaradería no se puede escolar el odio. Hay mujeres que «deben de estar allá afuera en este planeta de 7.000 millones de personas aguantando que se les diga que no son testimonios fiables de sus vidas, que la verdad no es propiedad suya, ni ahora ni nunca». Habla de un archipiélago de arrogancia, que va más allá de los hombres que explican cosas. Hay mujeres que también nos explican cosas, pero estas cosas que nos explican simplemente no las podemos tolerar. Y mucho menos en nombre del feminismo.