El importante paso adelante que supone la aprobación de una ley de eutanasia por el Congreso, hace por fin posible que si, como parece probable, encuentra el respaldo mayoritario en el Senado, entre en vigor antes del primer trimestre de 2021.

Reconozcamos que hay significativos sectores de la ciudadanía que no saludan esta ley con satisfacción. El Comité de Bioética o la Conferencia Episcopal Española (por mencionar dos de los grupos que han emitido comunicados más contundentemente críticos) están en su derecho al expresar no sólo su preocupación, sino también su rechazo a este proyecto de ley; en realidad, parece que a cualquier proyecto de ley que tome en serio la eutanasia como un derecho. Es la razón por la que en su nota «la vida es un don; la eutanasia, un fracaso», escriben que «provocar la muerte no es una solución» y sostienen que «la eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos». Por eso llaman a «invertir en los cuidados y cercanía que todos necesitamos en la etapa final de esta vida. Esta es la verdadera compasión», concluyen.

Pero un amplio porcentaje de ciudadanos apoya la ley. Entre ellos, los más de 260 juristas (abogados, magistrados, fiscales, profesores y catedráticos de distintas disciplinas jurídicas) que hemos firmado el manifiesto ‘juristasporlaeutanasia.com’ y sostenemos que la vida que, efectivamente, es un don maravilloso, «no puede convertirse en una imposición a quien, en pleno uso de su capacidad de decisión, manifiesta de manera inequívoca su voluntad de morir cuando se encuentra en unas determinadas condiciones que le resultan insoportables. Y es deber del Estado democrático facilitar que tan trascendental tránsito pueda llevarse a cabo con la asistencia de quienes, por sus conocimientos profesionales, pueden hacerlo menos traumático y con los menores sufrimientos posibles».

Con estas líneas no pretendo realizar un análisis de los argumentos técnico-jurídicos en liza. Habrá tiempo. Lo que me gustaría es que quienes perciben este proyecto de ley como amenaza e incluso tachan de (pre)criminales a quienes la sostenemos, dejen por un momento los juicios previos y acepten la discusión en un terreno en el que estoy seguro que coincidimos. El de aceptar la buena fe del otro: por mi parte, estoy convencido de que quienes se oponen al reconocimiento de este derecho no son unos monstruos de sádica crueldad, que disfrutan con el sufrimiento ajeno o lo subliman por razones religiosas, sin piedad alguna para quien no comparte su fe. De otro lado, pido a los que se oponen a la ley que acepten que quienes defendemos este derecho no somos peligrosos secuaces de Mengele, ni despiadados asesinos de ancianos y enfermos desamparados; tampoco, fríos ejecutores de un plan para librarse de los pensionistas y poder hacer caja, que de todo hemos tenido que oir (por ejemplo, a propósito de las muertes de ancianos en residencias, durante la pandemia).

Creo que unos y otros, insisto, podemos coincidir en algo que nos permitirá debatir más sosegadamente. Y a esos efectos me parece que todos podemos aceptar el deseo que expresa la oración de Rilke, en uno de los más bellos poemas de su ‘Libro de Horas’, dedicado a su adorada Lou-Andreas Salomé: «Oh, Señor, da a cada uno/Su muerte propia/El morir que brota de su vida/En la que hubo amor, sentido y necesidad/Pues sólo somos corteza y hoja/Y la gran muerte que cada uno lleva en sí /Es el fruto en torno al que todo gravita».

¿Quién puede negar que este es un deseo común? Tener una buena muerte, la muerte que brota de la propia vida, una vida que no elegimos, sino que, en efecto, es un don y por eso, como supo expresar Epicteto, debemos vivir como un préstamo privilegiado. No decidimos llegar aquí, pero tenemos el inmenso privilegio de vivir. De ahí que, como escribió el discípulo de Epicteto que fue el emperador filósofo Marco Aurelio, «una de las funciones más nobles de la razón consiste en saber si es o no llegado el tiempo de irse de este mundo».

De eso se trata, de tener el derecho a elegir. Porque quienes defendemos el derecho a la eutanasia y el derecho al suicidio asistido, no pretendemos que nos dejen huir de la vida por la puerta de atrás, sino que nos reconozcan como una opción garantizada por el derecho el saber salir dignamente de esta vida, un derecho que debe estar al alcance de todos. Que no se trata de imponer a nadie. Que ha de ejercerse con todas las garantías y por eso debe ser regulado con la atención que requiere algo tan importante como dejar esta vida: garantías para quien es su titular y para las personas (en particular, los sanitarios) que intervengan en ese proceso. Como también escribió Rilke, «mein Tod gehört mir» («mi muerte me pertenece como lo más propio de mi»). La vida es un don. La eutanasia debe ser una elección digna, no un fracaso. Hagámoslo posible.