Resulta desolador abrir la página web del Valencia Club de Fútbol y observar los perfiles de los ocho miembros de su consejo de administración. Todos son varones, por supuesto de Singapur, como el dueño del club, Peter Lim; ingenieros, abogados o economistas, los ocho están ligados a ese mundo de las finanzas del que vive esa pequeña ciudad-Estado del Sudeste asiático. En sus currículos aparecen distinciones, títulos y másteres, pero su conocimiento del fútbol es muy inferior al que yo pueda tener sobre el obispado de Sigüenza. Por lo demás, no consta en sus brillantes hojas de servicios nada vinculado ni remotamente a la sociedad valenciana y a su principal club deportivo. Digamos que serían incapaces de señalar dónde se ubican la catedral, la Lonja o Mestalla en un mapa mudo de la ciudad. Podría afirmarse sin temor a exagerar que el Valencia CF está dirigido hoy por unos marcianos, es decir, por unos empresarios de la otra parte del planeta que sólo pretenden ganar dinero fácil y a los que la historia, los sentimientos y la identidad del club les trae al pairo. Esta abrumadora y escandalosa colonización se ha agravado tras el reciente fallecimiento de Juan Cruz Sol, exjugador y hasta ahora único miembro no asiático del consejo de administración. Mientras tanto, y aprovechando la opacidad que permite la pandemia, los mercenarios de Lim han vendido jugadores a precio de saldo, torean a las instituciones para no reanudar las obras del nuevo Mestalla, ignoran o desprecian a la afición y rehúyen cualquier rendición pública de explicaciones en una temporada que amenaza con ser catastrófica.

Desde que en 2014, en plena crisis económica, Lim aprovechara la debacle de Bankia para comprar el Valencia CF de la mano de su amigo y socio Jorge Mendes, esta sociedad deportiva ya centenaria inició un declive que puede despeñarla hacia el abismo. Tanto Lim como Mendes, representante de Cristiano Ronaldo entre otros jugadores, han sido el objetivo de las iras de la mayoría de aficionados valencianistas. Pero esta temporada parece destinada a los más negros presagios en un club endeudado y un equipo tan sólo mantenido por el pundonor de sus jugadores y técnicos, encabezados por canteranos como Gayá, Soler o Doménech. Todos los indicios apuntan a que las alarmas del desastre ya han saltado. Sin embargo, el propietario hace caso omiso de las opiniones de míticos exjugadores como Kempes o Cañizares; de las peñas y de amplios sectores de la sociedad valenciana indignados con un Lim que tan sólo aspira a convertir el club en un producto financiero rentable. Así de triste y así de claro. De este modo, ante la soberbia del propietario y su negativa a escuchar a plataformas sociales como De Torino a Mestalla, que lidera el catedrático Juan Martín Queralt, se impone la vigilancia de todas las operaciones de un hasta ahora intocable Lim. Una tarea que deberían asumir el ayuntamiento y la Generalitat que suelen olvidar que el Valencia también es algo más que un club. Y el fútbol un sentimiento para miles de personas, como decía el gran Manuel Vázquez Montalbán.