Se nos va el 2020. Afortunadamente. Un año difícil, triste, dramático. El tiempo atmosférico no ha dado grandes sustos, salvo la borrasca “Gloria” de comienzos de año. Pero el clima sigue su marcha constante hacia el calentamiento térmico de causa antrópica. Su transcurrir silencioso y constante que parece, de momento, imparable. Para frenar esta subida de temperaturas el año 2020 ha sido un año perdido. Se ha vuelto a batir el récord de presencia de CO2 en la atmosfera, pese a la pandemia. Las emisiones siguen al alza. Y el consumo de energía procedente de combustibles fósiles, sigue su marcha imparable en todo el planeta. En nuestro país, las esperanzas puestas en una nueva ley de cambio climático han quedado aplazadas. Tanto en el conjunto del estado como en algunas comunidades autónomas que habían iniciado la tramitación de textos normativos de este tipo.

En fin, un año perdido para la lucha contra el cambio climático…Y el tiempo cronológico va pasando. Y las posibilidades de atajar este problema sin grandes traumas económicos, sociales, también. Este año me impactó la lectura del ensayo de Nathaniel Rich, Perdiendo la Tierra. Como en los Estados Unidos se perdió la década de los años ochenta del pasado siglo para la lucha contra el cambio climático, por intereses económicos, por inacción política. Este año 2020 hemos “perdido un poco la Tierra”, al menos la Tierra que nos gustaría tener. Lo inmediato, lo urgente, ha retrasado lo próximo, lo estructural.Y cada vez nos queda menos tiempo.