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Olga Ibáñez-Martín

El populismo frente a la democracia

La RAE define populismo como «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares». En ciencias políticas, el concepto es más concreto. El populismo parte de la idea de que hay dos clases antagónicas: pueblo y élite. De esta forma, el actor populista dirá representar al pueblo y encarnar la voluntad del mismo, luchará frente al adversario político aduciendo que este es «el enemigo del pueblo». Es un concepto transversal al espectro político, pues se apli ca tanto a movimientos de derecha como de izquierda.

“Viendo estas definiciones podemos preguntarnos cómo es posible que el populismo sea visto como algo peyorativo si dice encarnar la voluntad del pueblo. ¿No es acaso eso la democracia? Pues bien, el populismo incluye de forma implícita demagogia y manipulación, tergiversa la realidad con un fin: atraer al pueblo. Es decir, el populismo utiliza mentiras, medias verdades y/o frases redundantes sonoras y recargadas, a las que me gusta llamar ‘frases barrocas’, pues tienen mucho adorno con poco contenido práctico y aplicable a la realidad con un único objetivo: atraer el voto para ganar el poder.

¿Qué tiene esto que ver con democracia? Nada, porque la democracia nace de contra poner ideas y proyectos de Estado. Nace del diálogo y del debate, que no discusión, entre estas distintas ideas y proyectos expresados por las diferentes asociaciones civiles y/o partidos políticos. Es en este punto cuando me gustaría volver a la función originaria de un partido político en democracia. Los partidos están pensados como elementos que vehiculen y conecten al pueblo con las instituciones democráticas. De esta forma, cada partido tiene unas ideas determinadas que guían su acciones y sus propuestas políticas que vienen a defender los intereses de grupos de población diferentes que son aquellos que lo forman y se encuentran en su base. Y esta distinta composición, intereses e ideas es lo que diferencia a unos de otros.

El problema es que, como explica Peter Mair (2007), estos partidos ya no están forma dos por la población, sino por una élite partidista, separada de la población. Además, se están convirtiendo (o se han convertido) en elementos constitucionales cuyo único objetivo es mantenerse dentro de las instituciones porque es de donde sacan rédito económico. Esto último ha hecho que la campaña electoral se convierta en un elemento continuo y, por tanto, que el populismo, recurso habitual en ellas, se adueñe de los parlamentos y del debate político relegando la política de ver dad, de contenido, de ideas y de medidas con cretas a un segundo plano. Además, actual mente se utiliza un populismo muy profesionalizado y que toma diversas formas, entre ellas la de apelar a emociones para conmover a la población como explica Toni Aira en su libro ‘La política de las emociones’.

Probablemente, el primer paso para desterrar al populismo de la política y hacerlo de nuevo un elemento ocasional y acotado a de terminados momentos, y devolverle al debate político (a la democracia) el lugar que le corresponde sería conseguir deshacer el elitismo de los partidos políticos incorporando de nuevo a la población en ellos. Es decir, popularizar los partidos. Desterrar la idea tradicional de nuestras mentes de que meterse en política si eres bueno/a y tienes buenas ideas, la política va a corromperte y hacerte peor. Re valorizar la función de la población en política, hacerlo todos y todas juntos participando de los mecanismos de los partidos y asociaciones. Porque no hay máxima más cierta que la que afirma que «lo personal es lo político». Porque la política encauza nuestras vidas, las dirige, y estando fuera estamos dejando que otros/as gobiernen nuestras vidas.

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