El nuevo año vuelve a esperarnos al doblar la esquina. En estos días finales del calendario siempre hay un momento en que me invade la tristeza. Quizás por un recuerdo no solicitado que se instala sin haber recibido la invitación. O por esa sensación de caducidad y de pérdidas que se van acumulando en la hoja de registros conformen pasan los años. Quizás por este momento de la naturaleza en que todo parece haberse detenido dejando un lecho de hojas de muertas. En mi correo electrónico, junto a les felicitaciones y buenos deseos, se amontonan las noticias sobre novedades literarias para los próximos meses. Confieso una cierta pereza por descubrir qué autores y obras nos esperan, qué escritor o escritora será el encargado de señalar el año literario. Es el momento de los resúmenes informativos por parte de las televisiones y radios, de las selecciones musicales, literarias a cargo de los suplementos culturales. Un año más.

En un año como este que finaliza, un año, nunca mejor la expresión de «annus horribilis» para él y que nadie nos esperábamos, en mi lista de preferencias me gusta volver a ver a la película Las navidades de Carlitos, una producción con los personajes de Charles M. Schulz para la televisión del año 1965. El encargado de la creación de la banda sonora fue el pianista Vince Guaraldi, que gracias a la autoridad de Schulz consiguió que sus melodías no fueran vetadas por los directivos de la CBS que no acababan de ver con buenos ojos esos aires jazzísticos en una película infantil de dibujos animados. Más de medio siglo despues los temas de Guaraldi son ya un cásico de las bandas sonoras y la conjunción de los dibujos, ahora animados, de los Peanuts con sus temas musicales, conviven felizmente. Guaraldi también supo captar en sus melodías esa atmósfera melancólica que envuelve estos días mientras Carlitos y su pandilla se deslizan por la pista de hielo con aires de ballet o caminan por la nieve meditando sobre el tiempo navideño y sus contradicciones.

En mi lista de deseos para el próximo año me contentaría con no volver a escuchar muchos de los comentarios tópicos y repetidos mil veces por parte de los tertulianos radiofónicos, día tras día, semana tras semana, a propósito de la pandemia, tratando de llenar el tiempo de emisión después de una rueda de prensa del ministro Illa o algún consejero autonómico. Por mi parte prometo no volver a frivolizar sobre ninguna clase de virus venga de la China, el Congo o la Polinesia. También en mi lista de deseos incluyo, entre otros propósitos, como cada año, volver a apuntarme al centro deportivo municipal de mi barrio, reducir mi grasa abdominal, realizar un curso online de bricolaje para principiantes y uno de defensa personal para personas con síndrome de pánico homosexual. Este último, lo podría combinar con unas clases de relajación y punto de cruz y uno de cocina con olla exprés. Tampoco quiero que falte en mi lista de deseos, para todos esos colectivos militares, jubilados, prejubilados o en edad de merecer y por lo visto, huérfanos del franquismo, además de la vacuna contra la covid-19 como grupo de riesgo, unas dosis de naftalina para conservarse en estos tiempos tan agitados. Para una mejor conservación se recomienda guardar la dosis de naftalina entre la medalla de la orden de San Hermenegildo y las obras completas de don José Maria Pemán.

Como les decía el nuevo año ahí está esperándonos al volver la esquina. Me comeré, por seguir la costumbre, las doce uvas de rigor, eso sí, previamente peladas y a ser posible sin pepitas, con el paso del tiempo uno se va volviendo cada vez más comodón y caprichoso, y reservaré una botella de agua de Vichy Catalán en el botiquín de primeros auxilios. Y por supuesto les deseo un feliz año, que ya nos merecemos.