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Matías Vallés

La fractura narrativa

Me conjuré conmigo mismo para no leer ni un solo libro de confinados con exceso de ombligo que se creen capaces de extraer reflexiones geniales de su enclaustramiento. Ha resultado un principio encomiable pero de obligado incumplimiento, salvo que abandones la lectura, porque la producción literaria íntegra consiste en escritores acobardados con capítulos como Marzo, Abril y así sucesivamente. En medios más apasionantes como la televisión, debe preocuparnos la fractura narrativa, porque la singularidad vírica de 2020 le otorgará una atmósfera demasiado característica a la producción ambientada en este año.

Seríamos incapaces de distinguir 2008 de 2012 si la imagen no lo especifica con subtítulos, pero 2020 resultará inconfundible por sus mascarillas y sus calles vacías. Esta orientación paisajística ya ocurrió con el 11S. En todas las películas que muestran el perfil de Manhattan, que son casi todas las películas, el ojo ocioso busca el perfil de las Torres Gemelas para ubicar la acción pre o post Osama bin Laden. La fractura narrativa es un impacto de la magnitud suficiente para anular la realidad previa. Al Qaeda nos libró de todos los ensayos socioeconómicos previos a 2001, reducidos al nivel de cháchara que hubieran merecido en cualquier caso.

En la misma senda, intente leer hoy un libro pontificador escrito en 2019. O mejor ni lo intente. Mientras los productores de películas futuras contratan a tres mil extras con mascarillas para sus escenas de masas, asistimos al fenómeno simétrico de los rastreadores que detectan los parámetros de la nueva época en cada estreno literario o artístico previo al confinamiento. No demuestran olfato, sino simpleza. Es la deliciosa escena en que un periodista felicita a un autor, por la rapidez con la que ha captado el Angst de la pandemia, para recibir de respuesta un categórico:

—Lo escribí hace tres años. 

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