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Luis Sánchez Merlo

La vida es incierta, ¡come primero el postre!

   En este principio de año, me viene el recuerdo de aquella leyenda “Life is uncertain - Eat dessert first!” exhibida en una panadería neoyorquina, Buttercup Bake Shop, de la Segunda Avenida. La llegada en carroza de las vacunas (cuarenta dosis por caja), envueltas como regalo de Navidad y una pegatina con el distintivo “Gobierno de España” que tapaba los controles y las referencias de seguridad, se convirtió en una auténtica performance berlanguiana para deleite de quienes anhelaban un desquite tras el chaparrón de críticas que había supuesto encabezar los ominosos rankings.

Primeros frutos tras las ingentes inversiones de las farmacéuticas, el éxito de los investigadores, la resuelta bendición por los reguladores y la presta distribución por la Unión Europea que empieza a gustarse a medida que se siente útil (unanimidad en fondos de reconstrucción, vacunas y Brexit).

Cuando las televisiones empezaron a emitir desde las residencias de ancianos, precisamente y a todo trapo, se adivinó la intención. Una euforia intencional, propia de la sociedad infantil y sofronizada en que nos ha tocado vivir, era el espectáculo adecuado a un auditorio que teatraliza para no tomarse las cosas en serio.

Claro que sacar a los ancianos por la tele, mientras los vacunan, al lado de nacimientos y árboles de Navidad es una forma de blanqueo sin reconocimiento previo de responsabilidad. Pero de lo que se trataba era de quedar bien con los perdedores, descuidados y mal parados en aquellos meses de horror.

Según los facultativos más versados, la vacunación en las “casas de reposo” no deja de ser un gesto humanitario, bastante inútil para frenar los contagios, ya que son personas que están bastante aisladas y no los generan. Resulta más eficaz mantener a raya que el personal sanitario no se contagie.

La aparente indolencia del responsable gubernativo de los “asilos de ancianos” (como antaño se denominaba a establecimientos que guarecían a quienes no tenían mejores opciones) generó un malestar social correlativo a los tránsitos continuados sin testigos. Y las imágenes de 25.000 féretros, invisibles y sin nombre, se mezclaban con las de las cajas de vacunas.

De ahí que se tratara de dejar sentada la preocupación cardinal del Gobierno progresista, y buena prueba de ello es que han sido los primeros en recibir la vacuna.

Todavía es pronto para valorar aciertos y excesos en la gestión de la pandemia en residencias y hospitales. Entre los facultados para hacerlo, cuando llegue el momento, los controvertidos expertos: virólogos, anestesiólogos, epidemiólogos, vacunólogos, etc. Una nomenclatura que ha emergido con afán y apetito mediático.

Esta vez a los tramoyistas se les ha ido la mano de la propaganda, ya que en lugar de los aplausos (en esta ocasión, de sanitarios a inyectados) deberían haber televisado vacunaciones masivas en centros sanitarios y hospitales de campaña con participación del ejército. Lo que hubiera contribuido a despejar la sensación, a caballo entre el jalón histórico y el éxtasis desordenado, que pudo quedar.

Al delirio televisado con la llegada de las vacunas, sucedió un contratiempo logístico en Flandes, que impidió la llegada puntual a España de las 300.000 dosis previstas. Un mero traspiés endosable a la multinacional ganadora de estas justas cuyo CEO tuvo el gesto inmoral de vender sus acciones a la vez que comunicaba el logro.

La pandemia, con las UCI y centros de salud desbordados, ha resultado ser una prueba extraordinaria para el sistema sanitario público resuelta de forma admirable, con derroche de entrega, calidad y sacrificio por los profesionales, que han soportado errores de planificación e incompetencia para resolver problemas de suministros.

Con las vacunaciones también llegó el alarde interesado de las exclusivas virtudes de “lo público”, pretiriendo los méritos de “lo privado”. Y eso que la realidad aconsejaría no insistir en los excesos –el mejor del mundo– de la propaganda política.

La evidencia gestual de los recursos empleados por una dirigencia redentora y acrobática para apuntarse el tanto pretende minimizar otros méritos de quienes han protagonizado una hazaña en nueve meses. El arte de la política y la capacidad de expresarse en ella consiste en mantener una relación sana con la verdad y con el significado de las palabras.

Según los datos de mortalidad del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre enero y mayo de este 2020 imborrable 45.684 personas fallecieron en España por COVID-19. El 90 %, mayores de 75 años, en su mayor parte pacientes con morbilidades asociadas. Los datos del Ministerio de Sanidad ascendían a 27.127 fallecimientos por este concepto.

Para poder alcanzar el 31 de diciembre del año que viene un 70 % de vacunados hay que inmunizar cada día, incluidos sábados y domingos, a más de 180.000 personas. Lo que requiere un esfuerzo logístico inmenso con vacunaciones masivas en estadios, pabellones carpas, en caso de que hubiera para todos.

En EE UU, donde se han registrado 16 millones de infecciones y casi 300.000 muertes por COVID-19, la puesta en marcha de la Operación Warp Speed (cuyo responsable es el general del Ejército Gus Perna) ha destinado más de 10.000 millones de dólares solo al desarrollo de vacunas.

El desarrollo de la primera es el resultado de la alianza entre una farmacéutica privada, Pfizer, que ha aportado los ensayos clínicos y la fabricación, la empresa alemana BioNTec, cuyos propulsores son de origen turco y los investigadores del MIT, fruto de un acuerdo entre la multinacional americana y la universidad privada más importante del mundo.

En el caso de Moderna, el National Institute of Health americano y el Instituto Nacional de Alergias y enfermedades infecciosas, dirigido por Anthony Fauci, promovieron los estudios que condujeron al éxito de la segunda. Las siguientes son: Universidad de Oxford con Astrazeneca y Johnson & Johnson .

Logística y vacunación a cargo de las distintas intendencias públicas. Las credenciales de las vacunas que se administran en el músculo del brazo, genuinamente privadas con alguna participación institucional, sin dejar de advertir que las garantías de compra, ex ante, con dinero público, las han facilitado los estados.

Sin objeción a la realidad de la incertidumbre, plasmada en la frase de la Buttercup Bake Shop, atribuida a la escritora americana Ernestine Ulmer, habrá quien prefiera “la vida es demasiado corta, primero come el postre” .

Después de tanto sufrimiento y dolor en el año que acaba y con la esperanza puesta en la inmunización de rebaño, el momento de comer el postre será el del rescate de ánimos, planes, negocios, viajes… y abrazos. 

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