La literatura es una generadora de sentido como las centrales eléctricas son generadoras de electricidad. Y no se puede vivir sin sentido. Ni sin electricidad. Hay gente que tiene, para las emergencias, una fábrica propia de luz en su jardín o en su sótano. Yo, durante una época en la que vivía aislado, en el campo, dispuse de una que funcionaba con gasolina. Me parecía asombroso fabricar la energía precisa para alimentar mis bombillas y mis electrodomésticos, a los que comencé a considerar como mascotas, aunque me salían más caros que el gato. Mientras desayunaba, observaba la nevera y calculaba la cantidad de gasolina que se estaba tragando en ese instante. Con la luz comprada a las compañías eléctricas resulta difícil establecer esa cuenta. No sé lo que se come al día mi frigorífico, ni mi lavavajillas, ni la lámpara que utilizo para leer en la cama. Sería magnífico averiguar a cuántos vatios me sale cada párrafo.
