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A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

Solo un cierto orden

Los autobuses de los Reyes Magos, a su llegada a la plaza

Tarde de reyes. Hay cola de coches en el centro comercial. Aparco fuera y camino. Salen grupos de jóvenes y algunas familias. Los que van sin coche son de la zona, gente humilde, bastantes de otros continentes, con juguetes baratos sin envolver, ninguna extravagancia cara. El ambiente es alegre. No deja de ser 5 de enero. Aunque es el 5 de enero de 2021.

Suena el móvil en la cola de la caja: la alerta de la Conselleria de Sanidad con los datos del día. 3.980 contagios y 85 muertos. Récord y récord. Otro día alcanzando picos. Y llegarán más. Nueve meses después de convivencia con el virus y la sensación es de volver al principio. Si no fuera por la esperanza de la vacuna, sería insoportable, así que no caben excusas para no inyectar todas las dosis posibles en el menor tiempo posible. Él gana siempre. Como si conociera nuestra conducta. Da treguas. Permite creer que hemos ganado. Hasta que regresa con más fuerza. Como si el objetivo colateral fuera rompernos el ánimo. Y destruir certezas. Y derruir gobiernos. Será difícil que cualquiera aguante, porque es imposible no incurrir en errores cuando no hay certezas ni evidencias claras de las medidas correctas. La perversión máxima es eliminar sobre todo a los más débiles e invisibles, porque la percepción social de la enfermedad ha sido menor. Como si no fuera con muchos de nosotros. Lleva a exponerse con el convencimiento de que si el contagio llega será con efectos menores. Y así la epidemia continúa creciendo y matando.

La cola no avanza. Dos limpiadores con sus uniformes que acaban turno bromean con una lata de cerveza en la mano sobre el regalo que han comprado. El mundo sigue. Suena el Whatsapp. Son fotos y enlaces de la cabalgata en el centro de València. Montones de gente. Como cualquier otra tarde de 5 de enero. Aunque esta es la de 2021.

Tarda poco la trifulca política. Acusaciones cruzadas entre los partidos que gobiernan. Unos reprenden a quienes por la mañana han pedido restricciones más severas (incluso el confinamiento de nuevo) que los suyos, que gobiernan en València, hayan propiciado las aglomeraciones. Intervienen la consellera de Sanidad, altos mandos y la vicepresidenta del Consell, que critica la cabalgata pero señala a la consellera y al otro partido por haber permitido los festejos. No parece que actúe un gobierno unido y sólido frente al virus. Las decisiones parecen de unos o de otros, pero ni compartidas ni solidarias. Este gobierno ha perdido la solidaridad interna. Podría decirse que el virus la ha dinamitado, pero viene de antes. La enfermedad solo ha hecho más evidente y diario lo que subyace desde el 4 de marzo de 2019.

El frío en el exterior se agradece tras la cola y la tensión que emana del móvil. La gente continúa llegando. La larga marcha de vehículos sigue con nuevos actores. Levanto la mirada. Me observa un edificio iluminado de azul brillante. Un hospital. Una presencia amenazadora más que acogedora. Como esperándonos. En una de las entradas también hay cola. Los que esperan su test. Algunos de ellos pasarán a la lista de cifras de mañana.

Conecto la radio en el coche. Un comentarista habla de la responsabilidad de los gobiernos por haber permitido las celebraciones de Navidad, por haber dejado todo el peso en los ciudadanos porque ellos no han querido asumir el coste de prohibir las fiestas. ¿Se puede trasladar la culpa a los irresponsables cuando todo ha estado abierto y todas las celebraciones se han mantenido con más o menos limitaciones? ¿Recuerda alguien a la mayoría, que se ha mantenido respetuosa y temerosa? Al final, ¿alguien puede decir que ha cumplido con todas las normas? ¿O que ha hecho que se cumplieran las impuestas? No hay inocentes. Ni gobernantes ni gente corriente. Pensar quién es más culpable solo sirve de consuelo hueco.

Faltaba Trump. Faltaban los fanáticos de Trump. ¿Quién es más culpable: él o ellos? La democracia da síntomas de cansancio en su más preciado hogar, aunque sobrevive. De eso se trata en estos tiempos, de sobrevivir con un mínimo de dignidad personal.

Llego tarde a casa. En la última serie que persigo a retazos citan un pasaje bíblico en el que el profeta Isaías dice que un elegido vendrá a poner orden. «Envíame a mí» lleva escrito la protagonista en el salpicadero del coche. Que seamos capaces de recuperar un cierto orden solos y humildes. Sin mesías ni profetas.

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