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Sosa Wagner

Expertos

¿Qué es un experto? Pues un aprendiz que se ha esforzado, un indocumentado que se ha documentado, un iniciado que logra entrar en el espacio mágico del conocimiento, también quien siempre tiene en su agenda una cita con el saber y quien no deja de mecer el incensario de la pericia para absorber los matices de sus olores.

Hasta ahora por lo menos había sido eso –y algunas cosas más– el experto.

Ahora el experto es, aplicando las enseñanzas “queer”, quien “se siente experto” y así, de la misma manera que esa progresista doctrina niega base biológica a los sexos, podemos negar también base intelectual y profesional al conocimiento. Lo importante es “lo que uno cree que es” y, si defendemos la libre determinación de la identidad de género (hoy me siento mujer, mañana obrero de la construcción, etc) ¿por qué no vamos a admitir la libre determinación de la identidad profesional? ¿qué obstáculos hay para ello?

Si yo me siento odontólogo ¿quién puede impedirlo? ¿vamos a crear una sociedad represiva en la que una autoridad – autonómica, local o, peor, eclesiástica– nos prohíba sentirnos odontólogos? Y lo mismo ocurre si yo me siento guardagujas ferroviario ¿hay alguien que me pueda obligar a sentirme buzo del puerto de Llanes?

Conducirse de esta forma mandona y despótica es no haber entendido nada de la “libre determinación” y andar sin desprendernos de los cuentos que nos contaban los curas y los profesores del Instituto. Pero sépase que, si perseveramos en esta deficiencia, lo único que vamos a conseguir son niños afligidos y niñas a quienes se tuerce su voluntad, obligados – y obligadas– a ir a la escuela de forma rutinaria y en ella aprender una porción de cosas inútiles que limitan su entendimiento, encorsetan su expresividad y difuminan su ego.

¿Nos extrañará que de esos niños salgan adultos que no sean capaces de ver que los diputados son los padres?

Así es cómo hay que explicar los tipos de expertos que nos presentan el Gobierno y las demás instituciones que velan por nuestro bienestar. Hay un responsable de los animales en el organigrama oficial que es “influencer” y experto en “redes sociales” pero él se siente veterinario o biólogo.

Pues bien, solo en esta época, señalada por el triunfo del “progreso” sobre el “regreso”, ese hombre – o mujer, no sé lo que es pero es igual por lo que vengo explicando– puede sentirse realizado y, desde esa realización cósmica, es capaz de desplegar las alas de su creatividad y arremeter, espada en mano, como un don Quijote, contra los odres donde se guarda el vino deteriorado del conservadurismo, ese vino que hemos mandado al desván de la historia para que ronque en el sueño eterno.

Esta comprensión del experto que se siente como tal tiene otra dimensión beneficiosa. Permite esconder al experto, no presentarlo en sociedad, anunciar su existencia pero al mismo tiempo hurtarlo al conocimiento público.

–Que nos digan quiénes son los expertos –rugen las oposiciones en su papel de chismosas y cotillas sin remedio.

Y el Gobierno, con buen sentido, se opone porque también el experto puede desear, en uso de la libre determinación de su personalidad queer, permanecer velado ante las masas que, si son masas, es porque tampoco ven mucho más allá de sus narices.

Y así surge el experto enmascarado, el experto en la sombra.

Es a este a quien propongo hacer un monumento en las ciudades. Como ya no hay soldados sino drones, convirtamos el monumento al “soldado desconocido” en monumento al “experto desconocido”.

Con la llama votiva siempre encendida como homenaje a su fraudulenta ignorancia.

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