Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Manuel Alcaraz

Washington: una opinión apresurada

Lo sucedido en Washington da vergüenza. Esto no es una frase convencional: la vergüenza, como sentimiento inteligente, está a punto de desaparecer de las coordenadas de la política común. La vergüenza requiere de perspectiva histórica: saber que hay un patrimonio moral que cuidar y un futuro al que rendir cuentas. Pero vivimos en el presente continuo, enredados en la red, boqueando por el titular de dentro de un rato. Pero esto nos hace pasar vergüenza a todos los demócratas. Y no digamos a los norteamericanos: ¿con que materia harán ahora sus películas de Presidentes heroicos? Lo malo es que las fierecillas de Trump, que son legión, también estarán hoy avergonzados, porque han sido derrotados, humillados. Es bueno que así sea, pero en los bordes del sistema van a quedar carroñeros heridos para una generación. Con sus democráticos fusiles de asalto y todo. Patriotas.

Provocar este choque de legitimidades es, en sí, un golpe de Estado. Trump ha dado un golpe de Estado. No podemos imaginar esos golpes a la antigua, controlando instituciones y poniéndose a fusilar adversarios y haciendo funcionar una fábrica de leyes. Ahora se trata de corroer el sistema, a ser posible en nombre de la libertad, la democracia y la Constitución. Y de generar una anomia en la que la venganza frente a las élites -todas igualadas sin que medie la crítica- sea compatible con favorecer a poderes económicos e ideológicos incrustados en las grietas de un mundo que se desmorona . Un paisaje en el que los demócratas no acertemos a suturar las heridas de la globalización, la digitalización salvaje o la robotización sin contemplaciones. Trump ha intentado hacer inviable la prosecución de la democracia conocida. Él, el que siempre gana, ha liderado el golpe de los perdedores, de los desgraciados, de los lumpendesesperados. No creamos que para ello precisa de la mentira: Hitler pensaba sinceramente que los judíos destruían todo. Trump miente, pero cuando se miente a sí mismo hace más daño con su sinceridad.

Será difícil que pueda hacerse, pero Trump debería ser expulsado, enjuiciado y condenado. Es una esperanza para recordar que sólo enfrentándose a casos como este con toda decisión la legalidad conforma el rostro visible y estimable de la legitimidad. Y esto ayuda aquí. Es revelador la renuencia de la derecha española para condenar sin paliativos este insulto. Menos mal que Casado no pasó la noche del 23-F en la Carrera de San Jerónimo. Lo más grave es no entender la complejidad subyacente y quedarse en la anécdota. También por una parte de la izquierda, cómodos en ver el destino como el país de los buenos y de los malos y de ver que los malos son unos imbéciles disfrazados de vikingos o vaya usted a saber de qué. 

Compartir el artículo

stats