Aprobada la nueva ley de educación, parece obligado recuperarla para la reflexión. Partamos de un hecho: Sigue siendo verdad que los centros privados no han urgido una nueva ley orgánica de educación, pues disponen de medios y capacidad de organización para seleccionar alumnos, profesores y para perseguir la excelencia o lo que deseen; los centros concertados tampoco la precisan, pues vienen disfrutando y administrando los recursos propios y estatales para disponer de una alta capacidad de organización de conformidad con sus proyectos de centro. Valorando los intereses de la ciudadanía y del país, solamente precisan una ley orgánica los centros públicos con el fin de evitar ser el aliviadero del sistema, catalizar su evaluación y contribuir a la integración social de los ciudadanos.

Ahora bien, se debe asumir que una ley de educación, por ser de educación, debe servir a la formación de todos los ciudadanos y, en consecuencia, debe evitar la dualización de redes que en su día fue destacada en varios informes generados por el Centro Nacional de Calidad y Evaluación entre el 2000 y 2005. Digamos claro que la educación ha sido el campo en el que se ha dado la mayor muestra de insolaridad y, por ello, se ha resentido la calidad de la docencia en todas las aulas; es más educativa el aula que favorece la convivencia de las diferencias. Cuántos dicen estar preocupados por «el bien común y la calidad de la democracia» ¿no deben contribuir a corregir la dualización de redes y de centros? ¿La ley Celáa será útil para tal corrección? No lo creo. Entre otras razones porque no ha favorecido la causa de la solidaridad educativa dialogando con quienes deben colaborar para corregir esta dualización de redes: los usuarios de los centros concertados. La dualización es éticamente perversa y educativamente empobrecedora para los alumnos, lo sean de los centros concertados o públicos. La gestación de la ley Celáa no ha buscado ni favorecido el diálogo que hace suya la integración; solo ha arbitrado un medio para controlar la expansión de la dualización.

La misma clase media que ha sido educada en los centros públicos rurales y, sobre todo, urbanos los viene cubriendo en nuestros días de desconfianza y favoreciendo la reivindicación de la elección de centro. Muchos cargos de toda condición y nivel deberán reconocer que sus hijos o hijas han sido y son educados en centros privados o concertados por la simple razón de que los públicos que deberían haber atendido a sus hijos no les ofrecieron garantías. Creo que debe denunciarse que sobre el principio de elección de centro por parte de los padres se ha inducido en el pasado este dispositivo de autoselección que, a su vez, le ha permitido al gobernante hacerse con mayorías absolutas. En Valencia tenemos un caso claro: El PSOE dejó la Conselleria de Educación con 5.177 aulas concertadas y en el 2004 ya habían alcanzado la cifra de 8.093; en 2004 Levante-EMV (19 de Junio) informaba que «4000 solicitudes de enseñanza en centros privados (…) no han podido atenderse».

¿Qué reflexión debo reiterar? Los profesores del sistema público de educación viven una aguda contradicción al participar de una concepción ilustrada de la formación y, a la vez, tener que hacer frente a la concepción de la educación que protege esta dualización de centros. Digamos con claridad que el sistema público de educación se viene configurando como la estación término de los hijos de los grupos sociales en los que es más sensible la desigualdad social y sus consecuencias. Ya defendí en su día que la batalla de la imagen había sido perdida por la escuela pública (Levante-EMV 7-XII- 2012), pero cabe recuperarla centrando el objetivo organizativo en la conquista de la calidad que enraíza a cada niño en el suelo que le ofrece su lengua materna y la convivencia que hará posible el logro de la integración social. Para ello el sistema público debe autosometerse sin dilación a un lúcido y despiadado análisis de su quehacer diario y no caer en los brazos de la ley Celáa. Recuerden unos y otros que la integración de las diferencias es altamente educativa. Así lo hemos vivido muchos de nosotros en calidad de alumnos y de docentes.