Cuando Copérnico comunicó sus conclusiones sobre las vueltas de la Tierra alrededor del Sol, el reformador Lutero quedó tan impactado que recurrió a la descalificación del científico: «La gente presta oídos a un astrólogo advenedizo que se esfuerza en demostrar que la Tierra gira, no los cielos, o el firmamento, el Sol y la Luna (…) Este necio desea trastornar toda la ciencia de la astronomía pero la Sagrada Escritura nos dice que Josué mandó pararse el Sol y no la Tierra». Calvino vino a decir  que «¿quién se atreverá a colocar la autoridad de Copérnico por encima de la del Espíritu Santo?». El clero protestante era como mínimo tan intolerante como el católico. Copérnico no se atrevió a publicar su obra en vida pues sabía que rompía con la ‘ciencia’ religiosa de su tiempo. El prusiano era un hombre de fe y dedicó su obra al papa Pablo III. Pero su compromiso religioso católico no estaba reñido con la razón, con el estudio científico y sus conclusiones. El sistema de aquel tiempo se oponía a cambiar el estatus de pensamiento heredado. Era tal su peso que murió sin publicar su obra. Pero la verdad acabó saliendo a flote.

Uno se pregunta si el hombre del siglo XXI ha cambiado mucho con respecto al del XVI; si el pensamiento que hoy se considera inviolable no se asemejará a aquellas verdades reveladas por el Espíritu Santo que tan vehemente defendía Calvino. ¿Quién hace hoy de Espíritu Santo? ¿Quién puede defender libremente, sin ser tachado de extremista, cualquier verdad que se oponga al pensamiento único? Existen grandes medios audiovisuales que se muestran cercanos con las verdades proclamadas por un sistema que dicta la actualidad en los informativos y que oculta realidades palpables. Desastres de gestión sanitaria o de infraestructuras contra los temporales, por ejemplo, o las dificultades insalvables para encontrar un trabajo, no son tratados con la independencia que exigiría un periodismo crítico, más bien al contrario. Asistimos a un creciente poder político sobre los medios. Las gentes se desahogan en las redes, que se convierten muchas veces en un vertedero de insultos, noticias falsas, proclamas irracionales y convocatorias de gentes radicales, sin formación ni criterios. Cualquiera se cree con derecho a insultar impunemente.

Y mientras, sus dueños, los creadores, disfrutan de un poder que jamás hubiera soñado el mayor dictador de la historia. Son capaces de bloquear a un presidente de EE UU, que se supone es el hombre más poderoso del planeta. Puede ser en un determinado momento un acto de responsabilidad si el presidente ha perdido el norte, como es el caso de Trump, pero convendría estar muy atentos porque ese poder es de un calibre que ni Lutero, ni Calvino, ni el Papado jamás alcanzaron. Un poder capaz de controlar el pensamiento de sus usuarios, sus conversaciones, su estado y el lugar donde se encuentra. ¿Es ése el camino hacia la libertad? Copérnico y Galileo se enfrentaron con razones científicas a las verdades que parecían inalterables y abrieron el paso al respeto y el poder de la ciencia. Pero, ¿cómo podemos enfrentarnos a las verdades del pensamiento único que se apodera de estos tiempos? ¿Con qué razones científicas contamos los que hacemos preguntas incómodas para el poder, para el sistema, si hasta la ciencia puede ser dominada?