Nunca sabremos si el día 6 de enero, en la colina del Capitolio, pasó todo lo que debía pasar, todo lo que estaba previsto que pasara, todo lo que Donald Trump deseaba o imaginaba que pasaría. Esa gente que llevaba planos de los sótanos del Congreso donde se refugiaron los legisladores, que tenía indicaciones para dirigirse al despacho de Nancy Pelosi, que portaba presillas para maniatar, o incluso los que llevaban armas, ¿hizo todo lo que quería hacer? ¿Hizo todo lo que deseaba esa joven que se manifestaba dispuesta a ir a un baño de sangre? ¿Qué buscaban hacer los conocidos extremistas que están en la mente de todos? 

Mientras no sepamos eso, no estaremos seguros de por qué no pasó lo peor. Y no es bueno tener dudas acerca de por qué no sucede lo peor, cuando lo peor es tan grave. Podemos suponer que Trump solo dispone del talento instantáneo para escribir un tuit y que arruinar la democracia de un gran país exige otras prestaciones de la inteligencia. Podemos pensar que ese individuo que se puso un casco con cuernos quizá tampoco esté en condiciones de organizar un plan consistente. Pero incluso estos talentos tienen que animarse con representaciones de sus metas. ¿Era el ridículo de lo que hemos visto lo que sostenía su entusiasmo? ¿Fue eso lo que sostuvo el largo viaje hasta el Capitolio? 

Alguien ha dicho de Trump que es un tipo que hasta sus defectos son defectuosos. Quizá el 6 de enero se vio que es así incluso en lo peor. Pues lo que vimos fue un golpe de Estado, aunque defectuoso. Su inteligencia no está en condiciones de ver que él es un golpista porque aquello que, a sus ojos, no lo califica como tal es sencillamente el carácter defectuoso de su golpismo. Pero intentar destruir los votos oficiales de la elección presidencial, forzar al vicepresidente a no convalidar la elección, someter a coacción a los legisladores, negar los recuentos oficiales imparciales y rechazar los veredictos judiciales, todo ello es sencillamente la destrucción del orden constitucional desde el poder para mantenerse en él. El sentido más antiguo de golpe de Estado.

Pero imaginemos qué hubiera pasado si el vicepresidente Mike Pence hubiera sido atacado, si Pelosi hubiera sido neutralizada, si Trump hubiera proclamado el estado de guerra, convocado el Ejército, paralizado el proceso electoral e intervenido el Congreso desde el poder ejecutivo. El 20 de enero no habría relevo presidencial. Lo que hubiese pasado después, habría quedado en manos de un presidente con miles de seguidores vitoreándolo en las calles. La capacidad de presionar a los gobernadores de los estados que no le fueron favorables habría sido difícil de soportar. Luego habría tenido fácil decir lo que ha dicho, que los violentos eran antifas camuflados, como Hitler dijo que el Reichstag ardía por los comunistas. 

Quizá la violencia física que se ejerció el día 6, que solo parecerá pequeña para el que tiene umbrales de brutalidad incompatibles con la vida civilizada, fue medida por estos rústicos talentos para generar una situación como la que he descrito, que entregaba al presidente una enorme capacidad coactiva de chantaje para torcer la voluntad de aquellos actores a los que ya estaba sometiendo a una presión impropia de un poder constituido. Pero pensar que eso no es un golpe de Estado es de estúpidos. Al contrario. Ese acto final califica retroactivamente las actuaciones anteriores, que se realizaron a la vista de todos -como aquella ante el secretario del Estado de Georgia- como encaminadas a la misma finalidad que el motín del 6 de enero y permite considerar que la actuación de Trump, desde la noche electoral, implica en su totalidad un uso inconstitucional del Ejecutivo, violentando a los demás poderes y anulando su independencia. En su conjunto aspiraban a destruir la salud pública, generando la patología central del Estado.

Solo nos queda una esperanza cierta. La gente como Pelosi no parece ser una aficionada. Es de creer que sabe lo que se juega. La lucha entre lo que representa Trump y lo que representa ella es a muerte. Si Trump logra mantenerse en la política americana y logra un segundo mandato, no quedará nada del tipo humano que Pelosi representa. Mujer, combativa, obstinada, rigurosa, capaz de poner firmes a los tiburones de la Cámara, ese tipo humano estará en peligro si Trump impone su lógica. Porque lo primero que trae la gente como Trump es un cambio de élites radical, y lo primero que desaparecen son los personajes como ella, capaz de ir contracorriente, pero que pueden y saben negociar, pactar, ser flexibles y unir voluntades. 

Es de suponer que serán conscientes todos ellos, incluidos algunos hombres del Partido Republicano, de que esta vez la suerte ha caído del lado de la democracia, como decía ayer Bo Rothstein en un artículo en ‘Social Europe’. La próxima vez habrá menos probabilidades de que suceda así. Como siempre ocurre en estos casos, quien decida aprovechar los millones de votantes de Trump, incluso si fuera él mismo, trabajará desde la experiencia de lo que ha pasado ahora, mejorará sus tácticas y estrategias, y actuará en escalada. El ‘punch’ de Hitler de 1923 pareció algo ridículo, pero fue el punto de partida reflexivo que le permitió no solo reflexionar en la cárcel sobre sus objetivos, sino regresar con la taimada astucia que lo hizo vencedor.

Pero eso será solo el principio. Pensar que los medios de comunicación que han aupado a Trump, que las organizaciones que desde Richard Nixon vienen socavando la democracia americana, que los intereses de fabricantes de armas que han hecho de Estados Unidos un polvorín, que los fundamentalistas provida, que tantas y tantas corporaciones que le pasan fondos, incluidas las que dirigen las redes sociales que viven de la fanatización de las gentes, por no hablar de los elementos del Partido Republicano que apoyan a Trump de forma incondicional, pensar que todos ellos van a detener su ataque a los valores democráticos, sería de ingenuos, y supongo que el rigor moral que caracteriza a una parte de la sociedad americana no caerá en esa debilidad. 

El mundo espera de ellos que se tomen muy en serio la amenaza y el peligro de la hora presente. De otro modo, habrán cedido la victoria al enemigo sencillamente porque no serán capaces de reconocer la verdad. Y si algo ha demostrado Trump es que lo primero que hay que liquidar para herir de muerte a la democracia es toda idea de verdad.