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anton costas

Populistas sin complejos

   El populismo no es una ideología política que pretenda mejorar la vida de las personas, es una estrategia para la toma del poder político. Los populistas no quieren cambiar el sistema socioeconómico existente. Por eso no hacen revoluciones, que son más bien cosa de las izquierdas marxistas. Lo que quieren es ocupar el poder. Por eso polarizan la vida política y promueven acciones violentas de sus partidarios. Para la democracia es más fácil desactivar una revolución o un golpe de Estado que este tipo de acciones populares violentas.

Los sucesos de Estados Unidos ilustran las consecuencias de la llegada de populistas al poder y de la polarización política y el enfrentamiento social que fomentan. Dado que esta tensión entre populismo y democracia la sufren también las sociedades europeas, y la española en particular, vale la pena analizar cómo actúan los populistas.

Un rasgo que caracteriza a los populistas es actuar sin complejos a la hora de acceder al poder y mantenerse en él.

Para acceder al poder, los populistas se apoyan en el malestar popular existente en las democracias, manipulándolo en su propio beneficio. Pero hay que reconocerles su afilado olfato para captar el desencanto popular con las élites políticas y económicas gobernantes. Esta capacidad les permite acceder al poder de forma legítima. Es el caso de Donald Trump en las presidenciales de 2016.

Una vez en el poder, los populistas intentan por todos los medios, ya sean legales, ilegales o violentos, mantenerse en él. Su “filosofía política” es clara: la democracia es válida para ellos siempre que sea un mecanismo que les permita mantenerse en el poder. Si no es así, no tienen ningún complejo en romper las reglas de la democracia. Es, de nuevo, el caso de Donald Trump.

Manipulación de la información

Esa falta de escrúpulos se manifiesta también en la manipulación de la información. Los populistas son verdaderos maestros en el uso de la desinformación (fake news). Utilizan sin complejos todos los medios de comunicación existentes, especialmente aquellos en los que se da algún tipo de connivencia de sus directivos, como es el caso de Twitter y Facebook.

Dada la personalidad narcisista, nihilista y de culto a la personalidad que cultivan los dirigentes populistas, muchas personas pueden pensar que son unos locos a los que sus votantes acabarán retirándoles el apoyo. Hay que ir con cuidado con este tipo de argumentos psicológicos de la conducta de los populistas. Por dos motivos.

En primer lugar, porque los argumentos basados en la personalidad patológica de los populistas pueden llevar a minusvalorar el riesgo de que conduzcan a sus países a una guerra civil. Thomas L. Friedman, prestigioso columnista del influyente New York Times, planteaba de forma lúcida este riesgo tras el asalto al Capitolio. Se preguntaba qué habría ocurrido si los aliados de Trump en la Cámara y el Senado hubiesen conseguido anular el triunfo de Biden. Para Friedman, entonces serían los más de 81 millones de votantes de Biden los que habrían salido a las calles y ocupado el Capitolio. Trump llamaría a los militares y los gobernadores a la Guardia Nacional. Sería una guerra civil. Lo del miércoles fue un conato.

En segundo lugar, porque el argumento de la locura desvía la atención sobre las razones sociales de su éxito electoral. La capacidad de los populistas para percibir y liderar el malestar existente queda muy bien reflejada en el banderín tradicional de los fascistas: “Trabajo, Familia, Patria”. Que en su expresión trumpiana se transformó en America First.

¿Qué hacer para cerrar el paso a los populistas? No es suficiente con demonizarles ni con inhabilitarlos, como ahora se pretende con Trump. Hay que ganarles en el campo electoral ofreciendo mejores políticas sociales y económicas para afrontar los problemas sociales. Eso es lo que han hecho Jon Biden y Kamala Harris.

Quizá algunos puedan pensar que los sucesos norteamericanos son “distintos y distantes” y que no nos afectan. Pero la polarización es un rasgo de nuestra vida política y la conducta de algunos de nuestros dirigentes políticos es también la de un populismo sin complejos.  

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