El pasado miércoles se declaraba un incendio en una fábrica abandonada de Tavernes Blanques en la que vivía desde hace meses un grupo de personas migrantes. Pese a la precariedad del lugar, que se ha visto agravada por el efecto de las llamas, los migrantes insisten en querer quedarse y rechazan acudir a los albergues municipales. Lo más probable es que los migrantes persistan en su rechazo a abandonar la fábrica y que finalmente sean detenidos por desobediencia a la autoridad. Y es también probable que las administraciones se encarguen de subrayar que tenían alternativa pues podían acudir a los albergues municipales o beneficiarse de las plazas habilitadas durante las últimas semanas con motivo de la ‘operación frío’.

Ante el riesgo de que la opinión pública acabe pensando que si son detenidos es responsabilidad suya por no haber querido aceptar una plaza en algún albergue, cabría explicar que la supuesta alternativa no existe y que abandonar la fábrica para ir a un albergue no es para ellos una opción. Las personas migrantes a quienes se pretende desalojar de lo que de facto es su casa no pueden permitirse ser acogidas, lo que no hace sino poner una vez más en evidencia lo fallido de un modelo que ofrece recursos sin preocuparse por las necesidades reales de las personas y que pretende que sean estas las que se adapten a ellos y no al revés. Una fábrica abandonada a las afueras de la ciudad no es la primera opción de vivienda ideal para nadie y las personas migrantes que en ella viven saben de los recursos que hay en la ciudad. Y precisamente porque los conocen, tienen razones para rechazarlos.

Los albergues municipales, grandes espacios en los que escasea la intimidad, están situados en la ciudad, alejados de los lugares que las personas migrantes en situación irregular se ven obligadas a recorrer para buscar trabajo, principalmente en el campo, por lo que dormir en ellos no les resulta práctico si eso va a hacer que tengan menos oportunidades de ser empleados. En caso de que tengan trabajo empezarán la jornada temprano y ya no es solo que desde la ciudad estén más alejados, sino que en ningún caso podrán llegar a tiempo porque los albergues tienen horario de apertura y cierre, por lo que no podrán salir de madrugada. Además, solo se les permite tener consigo algunos artículos personales, por lo que tendrían que abandonar el resto de sus pertenencias que, aunque precarias como la fábrica que era su casa, son todo lo que tienen y son suyas.

Pero quizás lo más importante sea que frente a la impersonalidad y la frialdad de estos espacios municipales, de sus reglas y sus horarios, en la fábrica abandonada están con los suyos, entre hermanos. Acoger no es ofrecer una comida caliente y una cama sino también protección y cuidado, algo que, con este modelo de atención social pensado por quien nunca tendrá que recurrir a él, no están en disposición de ofrecer los servicios municipales. Es importante tener esto en cuenta por si los acontecimientos se desarrollaran como nos tememos, para que no acabemos, una vez más, criminalizando a la población migrante.

Y es importante también que ante esta situación de emergencia las administraciones competentes habiliten sin demora espacios dignos que cubran las necesidades reales e inmediatas de estas personas hasta que se encuentre una solución más duradera que nunca será definitiva en tanto no se reforme nuestro modelo de atención social y simplemente se regularice su situación administrativa para que tengan derecho a residir y trabajar legalmente como el resto de personas.