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Pilar Ruiz Costa

Pirómanos

Mientras en España se celebraba el Día de Reyes, en Washington tenía lugar en el Congreso la sesión protocolaria en la que los legisladores debían contar y confirmar los votos del Colegio Electoral, ratificando la victoria del presidente electo, Joe Biden.

A solo catorce días de que finalizara su mandato, el todavía presidente Donald Trump, no iba a ponerlo fácil. Eran los coletazos finales de cuatro años de gobierno caracterizados por alimentar en redes sociales teorías de la conspiración. Durante los últimos meses centradas en un supuesto fraude electoral sin pruebas y que ha sido rechazado por jueces en todas las instancias. No obstante, su discurso in extremis por la mañana, frente la Casa Blanca, ante una multitud venida de todos los estados hablaba de boicotear el nombramiento de Biden, anunciando que su vicepresidente Mike Pence podía e iba a ‘salvar el país’ —ninguna de las dos era correcta—. «Nunca nos rendiremos. Nunca concederemos. Vamos a detener el robo. Hemos ganado las elecciones. Si Pence hace lo correcto, ganamos las elecciones, y si no lo hace, será un día triste para nuestro país». Tras escucharlo, miles de seguidores enfebrecidos —algunos armados—, se dirigieron al Capitolio y lo asaltaron. Por descontado, no hay asalto que se vista de asalto. El mensaje siempre se legitima de ‘hacer cuanto sea necesario,’ para salvar la nación de alguna injusticia, de algún mal y qué mayor amenaza podía haber para el mundo que el robo del gobierno de Estados Unidos.

Mientras el mundo miraba aún con desconcierto, Twitter, la red social en la que Trump cuenta con un ejército de 80 millones de seguidores, tras varios avisos de que estaba infringiendo las normas insistiendo en hablar de fraude electoral en sus mensajes, opta por bloquear su cuenta durante 12 horas con otro aviso: de reincidir, la cuenta se eliminará definitivamente. Le siguen Facebook, Instagram, Snapchat y hasta Youtube censura vídeos por «violar las políticas de difusión de fraude electoral». Guy Rosen, vicepresidente de integridad de Facebook publicó: «Es una situación de emergencia y mantener el acceso a la cuenta creemos que contribuye, en lugar de disminuir, a que el riesgo de violencia continúe».

Qué curioso que fuera considerado un riesgo con un teléfono móvil en la mano el hombre que hemos tenido sentado en el Despacho Oval —si no se le pone remedio, seguirá hasta el próximo 20 de enero—, con acceso a los códigos de lanzamiento de 900 armas nucleares, actualmente activadas para su lanzamiento, y con una potencia equivalente a la de 17.000 bombas como la que se lanzó sobre Hiroshima.

Pero en casa, los políticos españoles que sí mantenían acceso a sus cuentas de Twitter, iban publicando mensajes manifestando su preocupación y cierto grado de condena, pero enseguida —y demostrando no haber aprendido en absoluto la lección del peligro que entrañan unos discursos incendiarios—, en una vergonzante mayoría, retorciendo lo que hiciera falta los acontecimientos para escupir paralelismos entre los terribles sucesos de Estados Unidos y cualquier otro momento de la historia de España que les sirviera para lanzar piedras contra el adversario político. Incapaces de dejar por un día al lado su permanente campaña de desprestigio. La izquierda culpando a la ‘ultraderecha fascista’; la ultraderecha a la ‘izquierda progre’; la derecha, contra ‘los extremos, los nacionalistas y los populistas,’ autoproclamándose la única alternativa moderada para salvaguardar la democracia.

Pero a veces hay que condenar y punto. A veces hay que decir que estamos aquí, arrimar el hombro y nada más. No era momento de jugar a buscar paralelismos o parecidos razonables —que no es desdecir que existan—, sino de actuar con determinación y unidad. Mostraron más capacidad de gestión del bien común a pesar de las múltiples rivalidades todas las redes sociales que los ciudadanos que tenemos en nómina para gestionar el país. Pero qué se puede esperar de quienes nos mantienen más de dos años con el Consejo General del Poder Judicial en funciones porque han sido incapaces de alcanzar un acuerdo en el Parlamento para su renovación. Los mismos que hemos encadenado los Presupuestos Generales del Estado que Montoro creó para 2018. ¡Si ni siquiera hemos logrado averiguar quién será el misterioso M. Rajoy! El país del todo prescrito y de emular a sus héroes en Twitter. ¿De verdad hay quien considera que un ataque como el del Capitolio no puede suceder aquí? Ahí están, aterradoras, las consecuencias de dejar impunes la barbaridad política, de normalizar discursos que acusan gratuitamente al gobierno de ilegal, ilegítimo, golpista, antidemocrático o terrorista; de calificar ‘de los nuestros’ a quienes amenazan con fusilar a 26 millones de hijos de puta; de manifestaciones xenófobas, homófobas, machistas consentidas porque entran dentro del ‘juego de la política.’ ¡Cuidado! Porque hay políticos pirómanos y los tenemos vigilando el fuego.

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