Los Reyes Magos me han regalado este año un libro muy especial, el primero del que guardo los primeros recuerdos de contenidos. Dicen algunos que a los ocho años ya hemos aprendido el ochenta por ciento de todo lo que nuestro cerebro es capaz de procesar. No sé si creérmelo; lo que sí creo es que, como he visto en una foto de un niño que cumple con precisión milimétrica la distancia de seguridad, los más pequeños son los más obedientes en las normas que imponen los maestros. Así es que a los ocho años podemos tener asumidas unas normas de comportamiento que pueden marcarnos el futuro vital. Para bien o para mal.

He repasado con deleite los textos de algunas sencillas poesías que entonces teníamos que recitar, porque ejercitar la oratoria es una de las asignaturas que más atenciones deberían recibir en cualquier aula y por cualquier maestro que se precie. Eso sí, una oratoria que base su mensaje en los valores de la justicia, la solidaridad con los más débiles y la dignidad del ser humano, que aspira a la libertad individual y a poder ejercerla en público. Hay oratorias que en su esencia llevan la mentira porque no buscan el bien general, sino el particular; no pretenden abarcar y unir, sino destilar el odio al que no piensa como tú hasta silenciarlo si preciso fuera.

No estaría mal que muchos de nuestros dirigentes aprendiesen a recitar de memoria algunas de las fábulas de Samaniego, como aquella de ‘La alforja’, «al hombro llevo los vicios, los ajenos delante, detrás los míos». Con qué facilidad acusamos al rival sin recordar cómo lo hicimos nosotros. Una de las más profundas era aquella de la serpiente que entró en casa del cerrajero y la insensata mordía una lima de acero. La lima se lo advirtió, pero ella prosiguió hasta concluir con la moraleja: «Quien pretende sin razón al más fuerte derribar, no consigue sino dar coces contra el aguijón». Esto va para los gobernantes soberbios que se creen los más poderosos porque les han votado las masas e ingenuos muerden la lima de acero creyendo que podrán derribar el sistema.

Sobre el recto comportamiento nos recordaban en aquella enciclopedia la fábula de Samaniego de las mil moscas atraídas por la miel, «que por golosas murieron presas de patas en él. Así, si bien se examina, los humanos corazones perecen en las prisiones del vicio que los domina». ¿Cuántos jóvenes caen en las redes de la miel y quedan atrapados en el vicio que les engancha de por vida? ¿Cómo es posible que ningún partido político anuncie en su programa una prioridad absoluta en la lucha contra el narcotráfico y la pornografía? Seguramente la única razón convincente es la necesidad de controlar el impulso de las masas juveniles con la ignorancia, ajenas a la problemática social, obligados por el vicio a pensar en satisfacciones propias.

Sobre la buena economía, aquel librito de los primeros aprendizajes nos ofrecía la lección de la paja en el ojo ajeno, la de la niña que ha almorzado huevos con tortilla, jamón con tomate, cinco o seis torrijas, dos melocotones y cuatro rosquillas y luego a sus palomitas les echa una migajas y «dice al mirarlas comiendo la niña: ¡Cuidado si tragan estas palomitas!». Ya pueden imaginar quiénes son los que comen hasta hartarse y se quejan de lo que cobran los jornaleros.

Tengo mis dudas de que muchos de los políticos que ocupan espacios conozcan estas sencillas fábulas, siempre tan pedagógicas, siempre tan propicias a la reflexión, al criterio prudente, a recordar verdades sencillas. Esas tan necesarias en tiempos de tribulación.