Desde que comenzó el año, España lleva más de medio millón de casos nuevos de Covid-19 y es el tercer país del mundo con más diagnósticos nuevos después de EEUU y Brasil. Los hospitales están al borde del colapso y flota en el ambiente la duda entre aplicar un severo confinamiento o bien seguir con el actual modelo. El ministro Salvador Illa pide paciencia a la espera de que la política de restricciones llegue a doblegar la curva, mientras, el Gobierno se muestra reacio a endurecer el estado de alarma y contrario a que el toque de queda se adelante según exigen algunas comunidades como la Junta de Castilla y León o la Comunitat Valenciana.

El economista Miguel Sebastián, profesor de la Universidad Complutense y ex ministro de Industria, se manifiesta contrario a la existencia de un dilema entre salud y economía, y enfatiza en que lo peor para la economía es la duración de las medidas más que la dureza de las mismas. Según Sebastián, sería nefasto mantener la actual situación por haber sido insuficiente para doblegar la curva. El ex ministro es partidario de un confinamiento duro y corto, tras el cual se adoptaran medidas enérgicas que no echaran a perder lo conseguido durante el encierro. También ha sido crítico el profesor Sebastián con el triunfalismo de ayer en la televisión pública al anunciar que estamos en el pico de la tercera ola, siendo que acabamos de batir un record en el aumento de la incidencia, un indicador que se ha disparado en vertical durante la última semana. El pasado miércoles, en el programa Al rojo vivo, Miguel Sebastián se mostró muy duro al exponer que si la decisión del gobierno era aguardar hasta que alcancemos una inmunidad de rebaño, que lo reconozca sin medias tintas para que cada cual obre en consecuencia y se autoconfine en la medida de sus posibilidades si así lo desea.

Alemania, ante el peligro de propagación de la tercera ola, no dudó en confinar a la población y aprobar unas ayudas económicas a los pequeños empresarios de los sectores afectados durante el cierre, algo impensable en España por el disparo que supondría para la deuda pública. Que nuestro país no sea rico, es un factor que propició que cuando la curva de la segunda ola descendía favorablemente, se intentara salvar la Navidad no aplicando medidas duras que consolidaran el buen control conseguido. El resultado de esta estrategia ha sido penoso, pues tras las fiestas navideñas se han multiplicado los contagios hasta casi llegar a 700 positivos por cada cien mil habitantes en tan sólo dos semanas, una cifra sin precedentes desde el inicio de la pandemia Algo parecido a lo que sucedió tras el confinamiento de la primavera por la rápida y triunfalista desescalada previa a la campaña turística del verano.

¿Confinar o seguir como hasta ahora?

Hay expertos epidemiólogos partidarios de endurecer las restricciones (incluso imponer un confinamiento severo y corto), mientras que otros prefieren el modelo Madrid, como lo denomina el analista financiero Juan Ignacio Crespo, quien matiza que Madrid aplicó menos restricciones que otras comunidades y sin embargo no se encuentra significativamente peor que el resto. No obstante, Crespo reconoce ignorar si esto es debido a la casualidad o a que las medidas fueron efectivas, por ello se muestra a favor de un confinamiento total de dos semanas, pero siempre que el Gobierno sufragara las pérdidas de los sectores afectados por el cierre de sus empresas.

Es evidente lo difícil que resulta decantarse por una de las dos opciones, con el agravante de que los datos están ahora peor que en toda la pandemia. Muchas comunidades (Murcia, Andalucía, Castilla y León, Asturias), han solicitado al Gobierno la autorización para decretar un confinamiento domiciliario que frene los contagios en lugar de seguir esperando los efectos de la actuales medidas.

Ante el desbocado incremento de casos y el peligro de que la tercera ola supere en contagios y letalidad a la de marzo, muchos expertos aconsejan un confinamiento corto e intenso (de entre 2-4 semanas), a fin de evitar muertes innecesarias, algo que ya han puesto en práctica varios países de nuestro entorno.

Los hechos demuestran que medidas como las actuales fueron ineficaces para acabar con la segunda ola. Los datos apuntan a que el estado de alarma vigente no está resolviendo el problema y transmite a la población una sensación contradictoria al intentar armonizar dos necesidades irreconciliables: la pandemia y la crisis económica. Sin embargo, también son muchos los expertos partidarios de esperar a ver si surten efecto las medidas decretadas con el toque de queda, así como las que se pudieran añadir con nuevas restricciones; y si todo esto fallara, recurrir al confinamiento domiciliario.

Aunque soy médico y estudié Epidemiología como parte de mi formación, y también Salud Pública después de finalizar la carrera, me considero incapaz —porque la epidemiología no es mi especialidad— de decantarme por una de las dos opciones planteadas. Por ello no incurriré en la temeridad de actuar como esos tertulianos omniscientes e imprudentes a partes iguales que igual opinan de política, medicina o tauromaquia. Sin embargo, lo que sí tengo bien claro es que el Gobierno debería endurecer el estado de alarma; permitir adelantar el toque de queda en aquellas comunidades donde los malos datos lo aconsejen; ser flexible con las individualidades de cada autonomía y las peticiones de sus presidentes en función de las necesidades inherentes a la singularidad de cada una de ellas. No se debería gobernar desde un centralismo estricto sino, por el contrario, favorecer que cada comunidad adopte las medidas adecuadas a sus necesidades puntuales.

No olvidemos que el objetivo prioritario es la salud pública; también fomentar las medidas más idóneas para reducir la transmisión del coronavirus; aguardar con el mínimo número de contagios y muertes hasta que la vacunación nos confiera la inmunidad de grupo suficiente para que la vida sea paulatinamente más normal. Además, deberemos estar preparados para tomar medidas drásticas —como un cierre total estratégico— si el peligro acechara hasta límites insoportables y el cumplimiento de las normas por parte de la población no estuviera asegurado. Como despedida, propongo al lector que imagine cuanta gente seguiría hoy viva y sana si en las fiestas navideñas de hace sólo un mes, o en el puente de la Constitución, se hubiera confinado al país. Sin duda es algo que habría tenido muy mala prensa, se habría llamado de todo a los gobernantes, pero miles de personas no habrían muerto. Que cada cual saque sus propias conclusiones y sobre todo, que la totalidad de la ciudadanía actúe de una vez por todas con plena conciencia social.