La elección por los grandes medios de sus temas estrella viene motivada más por los intereses empresariales que hay detrás que por la importancia de los acontecimientos seleccionados para su difusión masiva. De esta forma hay asuntos intrascendentes que son elevados a la categoría de las grandes noticias y hechos de mucho mayor calado que se banalizan o, sencillamente, no se tratan nunca.

No ha de extrañar a nadie, por tanto, que la información laboral o social tenga cada vez menos espacio en los principales diarios y cadenas, salvo que se produzcan esporádicas imágenes de violencia o conocidos líderes sindicales convoquen sus rutinarias ruedas de prensa. Por esas evidentes razones atrae a un mayor número de cámaras y reporteros la quema de un par de contenedores o la comparecencia de los máximos dirigentes del sindicalismo oficioso que la manifestación de miles de pensionistas o una lucha obrera que dura semanas y está convocada sin pedir permiso a las referidas cúpulas sindicales.

Durante años fue habitual noticia de primera plana y avance de telediario un otoño caliente que nunca llegó a materializarse en algo más que unos cientos de banderas ante cualquier institución o unas ordenadas asambleas de delegados, todo ello para cumplir el expediente sin romper la paz social que tan bien ha funcionado para patronal y aparatos sindicales, y tan enjutos ha dejado los derechos de los trabajadores.

Últimamente ni se anuncian aquellos fallidos otoños calientes; y no es que no haya motivos, ya que el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias no ha parado de avanzar en todos estos años de silencio y desmovilización sindical. La crisis sanitaria y social provocada por la Covid 19 ha venido a agravar la situación, pero no es sólo la pandemia el origen de tanta precariedad para la mayoría de la clase trabajadora, porque los bajos salarios, los recortes de pensiones, seguro de paro y servicios sociales, la eventualidad de la contratación y el retroceso aplicado a históricas conquistas obreras se viene produciendo desde la firma en 1979 de los tristemente famosos Pactos de la Moncloa.

Olvidados en este desolador panorama parecía necesaria y urgente una puesta en escena de los anquilosados aparatos del bisindicalismo, que reconciliara a sus máximos representantes con las perplejas bases que no deben entender tanta resignación y tanto diálogo con la que está cayendo sobre todos los sectores laborales. Hace unos días se produjo esa previsible y muy difundida rueda de prensa en la que Sordo (CC.OO.) y Álvarez (UGT) anunciaban un plan de movilizaciones que, de momento, se concreta en concentraciones ante las delegaciones del Gobierno para exigir la subida del SMI, la retirada de varios aspectos de la reforma laboral y la derogación de la reforma de las pensiones de 2013.

Lo más curioso de esta repentina recuperación del espíritu de lucha de los reiteradamente llamados sindicatos mayoritarios es que las peticiones se limitan a eliminar una parte de la reforma laboral de 2012 y la totalidad de la reforma sobre pensiones de 2013, cuando las reformas de 2010 y 2011 resultaron igual o más dañinas que las referidas. Lo único que las diferencia es que unas fueron establecidas por el PP de Rajoy y las otras por el PSOE en tiempos de Zapatero. Es más, la reforma sobre pensiones que no se quiere tocar, la que alarga la vida laboral hasta los 67 años y amplía de 15 a 25 años el periodo de cálculo, incluso contó con el respaldo de las mencionadas organizaciones sindicales.

Frente a tanta pose y tan poca seriedad, la silenciada lucha de otros movimientos en defensa de las pensiones públicas y por la derogación de las reformas laborales aparece como el único y duro camino para un verdadero cambio social.