Conforme a su definición etimológica, las pandemias, en este caso la de covid-19, pueden afectar al conjunto de la población sin conocer de fronteras nacionales, culturales o de género. Pero la realidad pone cada vez más de manifiesto que su distribución resulta desigual y socialmente determinada, tanto en sus causas como en sus efectos.

Estando muy vinculado su contagio a factores de proximidad y movilidad, la potencial difusión de la covid resulta mayor entre sectores y colectivos que viven y trabajan en hogares y entornos con dificultades para garantizar los mínimos exigibles (viviendas pequeñas, transportes públicos atestados, precariedad laboral, imposibilidad de teletrabajar…), evidenciando que la pandemia sí entiende de clases sociales.

Tiempo habrá para evaluar el impacto en la estructura socioeconómica como causa de la desigual expansión de la covid. Pero ya podemos comprobar que sus efectos devastadores requieren de amplias medidas de protección social para frenar la expansión de la pobreza y la desigualdad, que lejos de operar como inexorables plagas bíblicas derivan de opcionales modelos de gestión política, económica y social.

En este punto llueve sobre mojado, pero tampoco lo hace igual para todos. Las políticas neoliberales, mercantilizadoras y desreguladoras, deterioraron los recursos de la sanidad pública y agravaron la precariedad del mercado de trabajo, impidiendo que la recuperación macroeconómica iniciada tras la anterior crisis tuviera su correspondencia en el ámbito social: mientras que el PIB español crecía un 21,9 % entre 2014 y 2019, la tasa de pobreza sólo disminuía en 1,5 puntos (hasta situarse en el 20,7 %, cuatro puntos más que la media de la UE y equivalente a casi diez millones de personas), quedando aún por encima de la registrada antes de la gran recesión (19,7 %) y presentando niveles de distribución también desiguales (50,2 % en migrantes, 43,3 % para la población desempleada, 41,1 % en hogares monoparentales…), según el último informe para España de la European Anti Poverty Network (EAPN, 2020)

Se trató, pues, de una década perdida en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, que sólo en los dos últimos años se habría reactivado (aumentos de la inversión pública, salario mínimo, prestaciones sociales) y que la crisis actual hace ahora tan difícil como necesaria. Desde el estallido de la pandemia, hace ya casi un año, los grupos sociales más vulnerables han sido de nuevo los más afectados. Según estimaciones de Eurostat, los ingresos salariales de la población española con rentas más bajas habrían caído un 10 % respecto de 2019, cinco veces más que las pérdidas registradas por la población de rentas altas.

La diferencia respecto de crisis anteriores es que en ésta el Gobierno de la nación, en concertación con los agentes sociales, ha desplegado una amplia serie de medidas de protección (ERTE, Ingreso Mínimo Vital, ayudas a autónomos y trabajadores temporales, restricción de desahucios y cortes energéticos, etcétera) que ha operado como escudo social, manteniendo gran parte del empleo y reducido de forma significativa la caída de las rentas salariales de los hogares. La cobertura de los ERTE alcanzó en el momento más duro de la crisis a 3,5 millones de personas y el total de prestaciones gestionadas por el Servicio Público de Empleo Estatal superó los 35.000 millones de euros entre marzo y diciembre de 2020.

Dichas medidas han amortiguado el impacto de la crisis pero no son suficientes para evitar la reproducción estructural de la desigualdad que requerirá de transformaciones más profundas del modelo productivo, el mercado de trabajo y los sistemas de protección social para incluir en su ámbito de cobertura a quienes aún ahora permanecen fuera del mismo (parados de larga duración, trabajadores informales y de la economía sumergida, empleadas de hogar sin contrato, trabajadores por horas, migrantes en situación irregular, ‘riders’…). Son, según el informe EAPN, algo más de cuatro millones de personas (9,2 % de la población total) y viven, entre nosotros, en situación de pobreza severa (menos de 350 euros al mes) aunque demasiadas veces no los veamos porque, como decía Saramago en su ‘Ensayo sobre la ceguera’, somos ciegos que, viendo, no ven… Es por ello que necesitamos conocer bien esa realidad para transformarla mejor.