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Josefina velasco Rozado

El primer plano de lo cercano

Cuando lo próximo es además lo único

Cae la última hoja del calendario de este «enero el primero» de un 2021 al que le hemos pedido demasiado porque el anterior nos quitó mucho. Y claro, como Jano cierra la puerta dejándonos sumidos en la «tercera ola», pues este año el «blue monday» (la primera decepción del año en versión americana) lo fue más aún. Con ser terrible el rebrote posnavideño esperamos que no llegue al desconcierto y desaliento de aquellos días de hace diez meses en los que, sin saber muy bien cuántos contagios diarios había, porque no se hacían las pruebas actuales, nos sorprendían con noticias todas terribles superando cada una la anterior. Luego vinieron imágenes insólitas de calles de ciudades del mundo desiertas, de falta de materiales elementales, de sanitarios soldados sin armas ante un enemigo desconocido e inquietante… Y la reacción fue de temor y eslóganes de ánimo comunal, de aplausos y vítores a los «esenciales» que nos mantuvieron vivos siempre que pudieron, nos suministraron lo necesario y hasta lo accesorio. Pero ante el cansancio de meses confinados (eufemismo de encierro), cuando parecía decrecer la intensidad de la batalla convertida en ola (hay un lenguaje pandémico consolidado), bajamos la guardia. “Errare humanum est”. Y, tras el verano, más contenido que nunca… verano al fin y al cabo, llegó la segunda ola que se esparció por lugares diferentes; fue más viajera. De nuevo arreciaron los confinamientos, tras la experiencia ajustando el tiro. Con las luces navideñas y la vuelta a casa no solo del turrón, a pesar de que nada era «igual que ayer», el relajo hizo que completáramos el dicho: “Errare humanum est, perseverare autem diabolicum” (errar es humano, perseverar es diabólico). Así, pese a que estamos en la Unión Europea, primer mundo, que en tan graves momentos no lo hizo tan mal, con el proyecto de vacunación en marcha como esperanza cierta (para la gripe de 1918 la vacuna tardó más de dos décadas), el, o la covid-19 vuelve a la carga y nos arrastra en esta tercera ola maldita. Y cansados, quemados pese a tanto oleaje, arruinados, incrédulos, ya no somos soldados, no aplaudimos a las ocho y olvidamos en exceso a quienes, con menos de lo que precisan, siguen batallando por encima del griterío político y las decisiones contradictorias.

Ahora que otra vez aprieta, aunque el virus no trajo un manual de instrucciones, la tenacidad investigadora lo conoce mejor. El porcentaje de fallecidos ingresados en UCI ha descendido – dicen algunos– a la mitad; aún demasiados. Como un mantra repetimos que la historia no se repite, pero algunos episodios se parecen. En la tan citada epidemia de 1918 hubo una tercera ola entre enero y mayo del 1919 con «un goteo de casos y fallecidos, como lluvia fina». Y en esa, y aún en la cuarta al año siguiente (con zonas donde se reprodujo más), persiguió la gripe a distintas poblaciones sin patrones establecidos. Ya no es así. En aquel suceso se calcula que en otoño de 1919 más de la mitad de la población española ya había pasado la gripe; y de eso, afortunadamente, estamos muy alejados.

Ahora contenemos el aliento para que nuestro futuro próximo sea distinto al pasado reciente. Porque de ese, todos guardamos fotos de calles solitarias, silenciosas, vacías o solo pobladas de palomas, gaviotas, gatos expectantes y otros bichos desconcertados ante tamaño hecho insólito de ausencias. Estábamos confinados. Y lo de marzo a mayo fue muy duro. El pasado año no tuvo cuatro estaciones, sino una sucesión de advertencias. Advierten que estamos como abocados, aún con la vacunación en marcha, a casi lo mismo del principio –ojalá sea solo casi. Hizo un año, el 25 de enero de 2020, que saltó la pesadilla en la ciudad china de Wuhan en la que al parecer todo empezó, y ella, famosa por obra del virus, querría ser desconocida.

Nosotros, los de esta parte del mundo rico, incrédulos aún, hemos parado la vida normal y en la pantalla del móvil, ante las muchas imágenes que captamos de estos meses, miramos uno tras otro «el instante que ha fijado la fotografía» pero en ellas nadie (recordando al gran Aute que nos dejó en mala hora) «ríe con la timidez de quien le avergüenza la risa» porque a fuerza de mascarillas la risa se ha ocultado. No besamos, no abrazamos, no nos pintamos, nos recluimos, nos rehuimos. La vida social permaneció tanto tiempo en los mercados o en las colas de los supermercados que a poco que nos suelten llenamos espacios. Paseamos por lo próximo, lugares viejos conocidos que descubrimos como si fueran nuevos porque por vez primera detenemos en ellos la mirada. Ha cobrado protagonismo el primer plano de lo cercano. La ciudad, la villa, el pueblo o la aldea, hasta el barrio que habitamos se torna objeto de atención especial. La ciudad, vieja y bella dama repintada, se nos presenta, desnuda de actores, más nítida. La antigua muralla que siglos atrás ejercía de separación entre barrios, simulando defensa, hoy necesita que la defiendan del deterioro. Las fábricas abandonadas, que atesoran restos de un pasado industrial que se hace presente en las ruinas a preservar, porque un pueblo que descuida el pasado no merece futuro, tienen renacidos protectores. En el parque, pulmón urbano más que nunca, vemos la decrepitud que precisa reparación para que en el templete de música suene de nuevo la orquesta y las esculturas y bancos rotos reparados sirvan de marco a tardes hermosas. Vamos anotando, a medida que fijamos las imágenes, lo que nos gustaría cambiar sin alterar la esencia de un paisaje amable, en el que no tengan razón de ser las largas filas de los que sucumbiendo a la pobreza esperan ayuda, un drama grande, una enfermedad dentro de otra; esa, la de «más cornás da el hambre», por la que el temerario torero «El Espartero» justificaba su arrojo.

Para cuando volvamos a la vida de la normalidad normal, a ver si no olvidamos el valor de lo cercano que retuvimos en primer plano. El olvido de lo malo es sano y por ello hacemos cierto que «el hombre sea el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra». Como «fotografiar es apropiarse de lo fotografiado» lo que hemos captado será historia, «pero todavía no». Ahora es urgencia. Siempre habrá que volver de nuevo la vista a la Historia, gran maestra.

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