Pensé hablar de Messi con mi padre y en mi interior se quedó la intención. No lo comprendería. No quiero que lo comprenda. ¿Cómo va a entender mi padre que un futbolista cobre 555 millones de euros? Prometo que he tenido que buscar la cifra en el buscador porque no sabía cuantos ceros tenía. Al final he optado por la versión corta de un cantidad que no entiende de menudencias. Mi padre, nacido en 1935, en Extremadura, en el barrio más pobre de Montánchez, aquel denominado Centenal. Si comían, no cenaban. Si cenaban, no comían. Perdió a una hermana por culpa del hambre. Mi padre, que nunca estudió y trabajó desde pequeño. Mi padre, que a los seis años fumaba para demostrar que tenía autonomía y que no había llegado al mundo para ser un esclavo. Un hombre que, bien joven, entró en la tierra y vio morir a amigos sepultados en las minas de norte de España. El mismo que siguió su periplo hasta llegar a tierras valencianas. Sin un duro, con la dignidad incólume. Mi padre al que he visto desmoronarse destrozado tras pasar por el arco de casa y tras 48 horas de trabajo ininterrumpidas en el Pantano de Tous.

¿Debe él entender esos sueldos en deportistas que son dudoso referente para la sociedad? ¿Debe comprender esa vergüenza? ¿Ese fracaso de la sociedad? ¿Ese sucumbir de la ética? ¿Ese asesinato de la razón? No quiero que lo entienda. Prefiero que viva tranquilo, sin alimentar su rabia de clase, su sentimiento de injusticia ante un sistema que nunca ha sido justo e igualitario y que dista mucho de ser humano.

Mi padre no lo entiende como tampoco lo entendían esos mayores que miraban tras el cajón de la televisión para intentar descubrir quién se escondía detrás y se proyectaba en aquella pantalla mágica. Todo ha cambiado aceleradamente y su mente pide tranquilidad. Capitalismo, neoliberalismo, ley de la selva, Andorra, paraísos fiscales, avaricia, individualismo…

El Barça quiso ser siempre más que un club y creo que nunca lo ha conseguido. Es el anhelo, sólo teórico, de idealistas que buscan en el fútbol herramientas de transformación. Es más lo que sobre el club se proyecta que lo que realmente es esencia. Con el contrato de Messi ha demostrado de nuevo que es parte de un sistema desolador que destroza la competencia leal. Mi padre es todo lo contrario. A priori no tenía las condiciones. No estudió, padeció sobremanera y tuvo que crecer y madurar obligado por las dificultades. Sin llorar porque era hombre y la sociedad patriarcal se lo impedía. Salió adelante con esfuerzo, tesón y trabajo. Sin privilegios, sin favores. Habrá quienes defiendan que Messi y mi padre, Santiago, son iguales. Que cada uno recoge los méritos que ha sembrado. Cada uno aporta lo mismo a la sociedad. Cada uno debe decidir libremente cuánto y dónde tributa. Dirán que este sistema le da a cada uno lo que merece. Yo les digo que ser un lenguaraz no es sinónimo de ser decente.