En el año 2007, Fundación por la Justicia premiaba a la etíope Bogaletch Gebre por su trabajo en defensa de los derechos de las mujeres y por su lucha contra la mutilación genital femenina, que ella misma había sufrido en su infancia. Han pasado 14 años y no se ha conseguido todo lo deseable para acabar con esa horrible tradición. De hecho, actualmente hay 140 millones de mujeres y niñas víctimas de la mutilación genital.

Todo el mundo ha oído hablar de esta horrible práctica, pero solo algunos conocen a alguna niña o mujer que ha sido sometida a ella. Es un acto atroz: hemorragias imparables, dolor, infecciones, gritos desesperados que no obtienen respuesta y muerte. Afecta a la salud de las niñas, a su dignidad y a su derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Una clara violación de los derechos humanos de las mujeres y de las niñas.

En ciertos países africanos como Uganda y Nigeria, la mutilación ha sido prohibida por ley, pero, al tratarse de una costumbre fuertemente arraigada a la sociedad, se practica en la clandestinidad. Su erradicación queda aún bastante lejos. Así me lo contaba Lukia Nakigudde, una joven maestra ugandesa de 24 años. Al empezar su historia, sus ojos se humedecieron; al terminar, los míos también.

«Solo tenía 11 años. Mi madre me pidió que saliera de casa. Fuera había dos mujeres mayores esperándome. Me pidieron que me tumbara en el suelo. Lo hice. No sabía lo que iba a pasar, era tan solo una niña. Una de las mujeres me abrió las piernas, mientras mi madre y la otra mujer me sujetaban. Con un cuchillo me cortó todo: labios y clítoris. Lloré y sangré. Dolor, mucho dolor…».

Escuchándola me entró un malestar general. Qué horror, qué dolor…

Lukia continuó: «Entre nuestra gente no se cree que el clítoris sea un órgano. Es solo algo que está ahí y debe desaparecer porque la mujer ha de someterse al hombre, sin experimentar placer. Él es quien debe tenerlo. Es una más de las marcas dolorosas del cuerpo de las mujeres».

Las causas de esta práctica son oscuras. Ninguna de las explicaciones habituales tiene base científica, ni, como se cree, tampoco un origen religioso. La mutilación genital femenina es un claro ejemplo de violencia de género, en el que la mujer pierde por completo su identidad.

Ahora, Lukia es madre de tres hijos y se ha negado a practicar con sus hijas esta horrenda tradición: «La educación es muy importante para defender tu vida y tus derechos. Quiero informar a mis vecinos que ninguna religión dice que haya que hacer eso. Si Dios no quiere que tengamos clítoris, ¿por qué nos lo dio?».

Esta tradición también se lleva a cabo en familias africanas que viven en España. Las niñas son sometidas a la ablación durante las vacaciones en sus países de origen. Incluso, a veces, también lo hacen en Europa mediante curanderas residentes aquí.

La ablación se suma a la lista de las numerosas formas de violencia que se ejercen contra las mujeres a lo largo de su vida por todo el mundo: abortos selectivos, abusos, matrimonio infantil, incesto, prostitución, violencia de género, violaciones, trata…

En 1990, la ablación llamó la atención de la comunidad internacional y se tomaron medidas legales para acabar con ella. Ha sido complicado conseguirlo porque, aunque las leyes lo prohíban, la mentalidad de las personas no cambia. Las tradiciones están fuertemente unidas a su pueblo y es muy difícil acabar con ellas. Aunque algunos países y antiguas mutiladoras han declarado la guerra a esta lacra, es necesario acompañar los cambios legales con educación y formación sobre este tema para fomentar la independencia de la mujer y luchar por la igualdad.

Actualmente, la Fundación Dexeus Mujer realiza cirugías de reconstrucción de clítoris gratuitas a víctimas de la ablación en Barcelona. También, en el Hospital La Fe de València se realiza este tipo de cirugías. Un 75 % de las víctimas recupera la sensibilidad de su clítoris.

Según Unicef, hoy en día 30 millones de niñas corren el riesgo de ser mutiladas. Desde Fundación por la Justicia no nos conformamos con la denuncia, queremos seguir trabajando por la vida, la integridad y la dignidad de cualquier mujer.