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maribel lugilde

Trans formación

Cuando Calíope Stephanides nació sus genitales aparentaban ser los de una niña así que todo a su alrededor se fue ordenando tal y como exigía el universo femenino en los años sesenta del siglo pasado. Nunca encajó, algo gritaba en su interior, pero cómo entender aquel mensaje en clave que nadie más parecía escuchar. En la adolescencia fue evidente que su cuerpo no seguía la pauta y tras ser escrutada por expertos, Calíope pasó a ilustrar –de cuello para abajo– tratados sobre hermafroditismo. Tenía genitales femeninos y masculinos así que tocaba elegir, sentenciaron los expertos.

En los setenta se dio una corriente que consideraba la identidad sexual una construcción cultural. Un niño podía ser educado como niña y viceversa, como si al nacer fuéramos hojas en blanco. Hubo experimentos atroces. El doctor de Calíope propuso extirpar de su cuerpo todo rastro masculino, hormonarla y continuar tratándola como la chica que parecía ser, obviando de nuevo su grito interior. Nadie le preguntó cómo se sentía y ella –él– estaba “en la vacuidad de la obediencia. Con el certero instinto de los hijos, me había figurado lo que mis padres querían de mí”.

El protagonista de “Middlesex”, de Jeffrey Eugenides, su desgarrador peregrinar para encontrar su auténtico yo y pasar de Calíope a Cal, siendo a ratos ambas cosas, me ha acompañado mientras se han ido conociendo aspectos de la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans, que prepara el gobierno.

Ya es hora de hacer habitable el mundo a quienes desde la niñez se enfrentan a tan tremendos abismos. Acompañarlos de verdad en su proceso de entenderse, como esos padres que acuden con sus hijos –ya mayores de edad– al centro de FP en el que trabajo, para apoyarles en su solicitud de ser llamados por un nombre distinto al que ellos le pusieron, considerados con el género opuesto al que se les atribuye. Otras veces, chicas o chicos adelantan en el centro la verdad que todavía no han confesado en casa, con esa la valentía que sólo puede emanar de una necesidad imperiosa de encontrarse a sí mismos. Les debemos su espacio, ya estamos tardando.

Al tiempo, conviene escuchar con atención las objeciones que desde el feminismo se ponen a ciertos aspectos de la ley. No es un ejercicio de insolidaridad, el feminismo ha acompañado siempre las reivindicaciones trans. Escuchemos. Una ley como ésta, para contribuir a la transformación hacia una sociedad con más derechos, no puede prescindir del entendimiento con quienes, con solvencia, dignidad y fundamento, han sabido luchar por ellos.

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