Con pandemia o sin ella, el amor romántico sigue ocupando, en el mes de febrero, las redes y las propuestas comerciales para consumir amor romántico. Veamos qué lugar ocupa este amor en el consentimiento sexual.

¿En el consentimiento Sí es SÍ y No es NO?

Puede ser que en una transacción económica el No sea NO y el Sí sea SÍ, pero respecto a las relaciones amorosas y sexuales todo es mucho más complejo. Porque el No puede significar un No rotundo; no quiero nada de esto, o dudoso: me gustaría, pero no me atrevo. En cualquier caso, el No es NO. ¿Pero el Sí es siempre SÍ?

A un Sí verdadero se llega en un proceso de autoconocimiento en dos seres libres, independientes e iguales, donde no existen relaciones jerárquicas de dominio-sumisión que afectan a las relaciones entre hombres y mujeres de nuestra sociedad patriarcal y neoliberal, en la que los hombres siguen ocupando espacios privilegiados de dominio.

Cuenta Eva Illouz en su último libro, “El fin del amor”, cómo Robert Schumann se enamoró de Clara y fue a pedirle la mano a su padre. Éste se la negó, pero Robert y Clara consiguieron que los tribunales invalidaran este rechazo, fallando el juicio a favor de la pareja. El 1 de agosto de 1840 se celebraba la boda, a pesar de las dificultades de libertad de esa época para actuar de acuerdo con las propias opiniones y deseos.

Desde entonces, en nuestra sociedad occidental, se ha recorrido un largo camino para que las leyes expresen, como requisito moral de las interacciones sexuales, el consentimiento como contrato basado en la libre voluntad de dos seres libres. Ahora bien, una cosa son las leyes y otra la realidad, ya que cuando se trata de relaciones afectivas y sexuales entre hombres y mujeres las cosas cambian, porque dentro del consentimiento se encuentra la subordinación inconsciente de las mujeres al deseo del varón. ¿Cómo podemos explicarnos esto? Por la socialización en la ley del agrado adobada de amor romántico; agradar al otro en todos los sentidos para ser aceptada y reconocida. “A mí no me gustaba mucho, pero lo hice porque a él le gustaba, porque le amo” Esta frase desafortunadamente sigue siendo real en adolescentes, jóvenes e incluso mujeres adultas, como demuestran varios estudios sociológicos. Entonces si el Sí de una mujer puede ser un Sí para agradar al otro, el consentimiento no se da en igualdad de condiciones.

Hoy, las nuevas tecnologías acentúan esta ley del agrado con propuestas para estar más atractivas sexualmente y mostrarse en las redes según los gustos de las industrias de moda y de búsqueda de pareja, dirigidas en su gran mayoría por varones que imponen sus gustos. El atractivo sexual pasa a constituir una manera de valorarse en una cultura que no valora a las mujeres, donde la igualdad legislativa entra en contradicción con la gran industria del sexo en la que las mujeres son consideradas como cuerpos disponibles para los varones, a los que pueden acceder para satisfacer cualquier deseo, por extraño que parezca. Este comercio sexual de los cuerpos entraña una gran desigualdad para las mujeres. Por otra parte, junto a esta gran desigualdad se habla de libertad sexual, libertad que se utiliza contra las mujeres y que por ello constituye un asunto de una gran importancia política que habría que debatir urgentemente. Como dice Eva Illouz, en la entrevista realizada por Xavi Ayén el 17/01/2021 en La Vanguardia, “La libertad implica el derecho a hacer lo que queramos sexualmente, pero aquello que queremos da lugar a mucha violencia, en lo físico, simbólico y emocional.”

Otra cosa a considerar es la diferente manera en la que se construye el apego y el deseo en hombres y en mujeres; los hombres, más alejados de sus emociones en las relaciones sexuales, y las mujeres más centradas en las relaciones sexuales-emocionales. En este sentido, cuando no se escucha y tiene en cuenta el deseo de las mujeres, el otro puede pasar a invadir y violar su cuerpo.

En esta cultura de la hipersexualización, donde los hombres aparecen siempre potentes y las mujeres siempre disponibles, el sexo está escindido de las emociones y de las relaciones de escucha y empatía, que nos harían entrar en el desarrollo de una conciencia más amplia y que favorecería las relaciones de reciprocidad, en un proceso que no daría nada por supuesto. Si tenemos en cuenta, además, que junto a esta sexualización de la cultura está también la cultura del amor romántico, dirigida más hacia las mujeres, podremos ver los desastres que ello ocasiona. El libro de Vanessa Springora, “El consentimiento” lo expresa muy bien:

Una niña de 14 años con una gran carencia de amor, se siente mirada y deseada por un escritor famoso de 50 años. Adulada por su belleza y juventud representa para él lo mejor que le ha pasado en su vida. Comienza así una relación “¿consentida? Vanessa, muchos años después, nos dice cómo sentía que existía, gracias a él, y cómo esa carencia de amor actuaba como “una sed que se lo bebe todo, una sed de yonqui que no mira la calidad del producto que le suministran y se inyecta dosis con la certeza de estar haciéndolo bien, con alivio, gratitud y felicidad.” Ella busca siempre el amor, antes que la satisfacción sexual, pero consiente ante las miradas de deseo del otro.

La educación no puede, por tanto, abandonar a adolescentes y jóvenes a su suerte. En nuestros institutos sabemos que esta hipersexualización de las mujeres junto al amor romántico está ocasionando grandes desastres en las relaciones afectivas y sexuales. Se necesita, pues, una buena coeducación afectiva y sexual junto a una buena formación del profesorado y de los medios para prevenir esta violencia sobre las mujeres y establecer el buentrato como reconocimiento y cuidado de sí y de las otras personas con las que nos relacionamos. Conviene recordar esto el 14 de febrero, Día Europeo de la Salud Sexual para todas las personas, desde el 2011.