Opinión | NO HAGAN OLAS

Democracias

No hace falta ser un lince ni un especialista para comprender los matices y la intensidad de cualquier valor político. Cuando hablamos de democracia, como por ejemplo ha suscitado estos últimos días el vicepresidente podemita, Pablo Iglesias, ya sabemos que este político analiza –verbaliza, mejor– en función de sus estrategias e intereses. Y comprendemos que la realidad política no es sencilla, sino una compleja lid dialéctica en busca de capturar el alma de la ciudadanía.

Iglesias ha criticado la calidad de la democracia española, que apenas cumple cuarenta y pico de años y no ha sido mejorada constitucionalmente en ese periodo, por más que él es consciente de todas las complicadas circunstancias que rodean al sistema parlamentario español. En primer lugar porque es fruto de un pacto, el de la transición, que se lleva a cabo como culminación de una cruenta guerra civil y una larga dictadura, además de haber sufrido un pertinaz terrorismo político y, más recientemente, la secesión unilateral de su región más rica e industrializada. Pocos países occidentales se han enfrentado a un devenir histórico tan dificultoso.

En ese contexto, el líder de Podemos trata de configurarse como una figura intermedia entre el escenario normalizado de la política española y las estrategias sececionistas de los independentismos. Por momentos, esa posición de equilibrio le dio muy buenos resultados tanto en Galicia como en el País Vasco y Cataluña. Aquel éxito obligó a la propia descentralización de Podemos, creando un magma conflictivo que ha llevado a la segregación de su propia organización andaluza y, también, a la derrota entre los electores gallegos y vascos. Los catalanes, hoy, pueden abandonarle del mismo modo, por más que la valenciana Jéssica Albiach sea una candidata hábil y punzante dado que en estas elecciones apenas sí le interesa a nadie el perfil de los que se presentan en las listas.

Pablo Iglesias, como señaló con agudeza el profesor José Luis Villacañas en este mismo periódico, padece un problema seminal: no se puede fomentar una gestión interna de naturaleza asamblearia, una política de carácter casi libertario, al mismo tiempo que se ejerce un fuerte liderazgo, incontestable, que incluye ciertas dosis de nepotismo y culto al líder. Esa es la coyuntura política en la que se produce una constante fuga de votos en Podemos, fuga que tampoco ha evitado, más bien al contrario, la pertenencia de la formación morada al Gobierno y el consiguiente reparto de docenas de puestos de trabajo entre los afines.

Las declaraciones de Iglesias han tenido lugar en plena campaña electoral, recuperando su viejo proyecto: favorecer que la cuestión política catalana se dirima mediante un referéndum de autodeterminación, en el que Podemos haría campaña en favor de España. Algo así como rememorar el famoso giro del felipismo con el referéndum de la OTAN, aunque se parece bastante más al tiro en el pie que se disparó David Cameron con el plebiscito del brexit.

Días antes de la crisis mediática desatada por los comentarios de Iglesias, quien fuera también uno de los padres fundadores de Podemos, profesor de ciencias políticas igualmente, descabalgado del poder de la organización por sus líos económicos con la Venezuela seudorrevolucionaria de Hugo Chávez, digo de Juan Carlos Monedero, analizaba en un programa de TVE –el mismo donde se coló el rótulo antimonárquico– el carácter del populismo. Monedero valoraba positivamente el populismo por tratarse de una forma de simplificación de la política, que acercaba ésta de forma sencilla a la gente, ayudándola a discernir sus propias convicciones e intereses.

En dicha fase, de cierto carácter educativo, el populismo sería válido a juicio de Monedero, pero cuando a partir de ahí derivase hacia la derecha, debería ser combatido, pero no cuando se transformase en una verdadera fuerza de izquierdas. La derecha solo defendería los intereses de los poderosos, y la izquierda los del conjunto del pueblo. Así de simple, y así de partidario es el pensamiento del profesor titular Monedero.

Como quiera que existen muchos marcadores y observatorios internacionales y bastante profesionalizados, sobre los valores de los sistema políticos en el mundo, y en ellos España no sale mal parada, basta dirigirse a ellos para poder debatir sobre estos asuntos tanto con Iglesias como con el propio Monedero. En el mismo escenario de la actualidad ha ocurrido también el asalto al Capitolio norteamericano por parte de hordas supremacistas, lo que nos ha dado cuenta de la fragilidad de la que se suponía democracia ejemplar, pero al mismo tiempo en Rusia detienen a los opositores o se ocupa Crimea y desata una guerra en la cuenca del Donetz sin pestañear. Todo ello cuando en los ejemplares países escandinavos crece la ultraderecha, en las nuevas democracias eslavas se limitan los derechos civiles o se constata el fracaso de las primaveras árabes en pos de democratizar a los países musulmanes.

Todos estos ejemplos nos dicen bien a las claras que la simplificación no lleva a ninguna parte. Hoy, sin ir más lejos, en Cataluña asistiremos a un gran ejercicio de reduccionismo democrático: la mayor parte del electorado votará en función de su autocondición identitaria, ni siquiera por sus intereses económicos. Mientras esperan los resultados, suscríbanse a Amazon Prime para ver los seis capítulos cortitos de la serie de Woody Allen, ‘Crisis en seis escenas’, hilarante y cadenciosa. En la que Miley Cyrus, exadolescente Disney, interpreta a una joven revolucionaria neoyorquina en los 70 mientras un club de ancianas dedicadas a la lectura devoran las aportaciones de Mao Tse Tung –todavía no era Ze Dong– a la literatura política universal: «Que se abran cien flores, que cien escuelas compitan…».

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