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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Su reino no es de este mundo

ISOPO: ¿Una mujer galesa? Por favor, dime qué país es éste.

PINTORESCO: Éste, señor, es un país en la parte de atrás del mundo, donde todos los hombres nacen caballeros o genealogistas.

(Sir John Vanbrugh. “Isopo”. C. 1697)

Como este año el carnaval anda así así, que para disfrazarse hay que quitarse la máscara y eso es malo, y encima cae en San Valentín y no puedo ir a Nueva York por lo del perimetral, me había impuesto un tema de meditación por pasar el rato, buscando perfeccionamiento moral y alivio al lumbago. Aún no lo había decidido, pero me inclinaba -en parte a causa del lumbago- por “el Brexit y sus efectos espirituales”. El asunto es moderno y reivindicativo de la auténtica fe y de las vacunas apalabradas por la UE. En ello estaba cuando me ha llegado la noticia de que la Princesa de Asturias, de Girona, de Viana, Duquesa de Montblanch, Condesa de Cervera, Señora de Balaguer, etc., va a estudiar el bachillerato en un castillo encantador de Gales, que es una provincia pequeña del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Como Max Aub sentenció que se es de donde se hace el bachillerato, me quedé mudo de espanto ante tan singular tropiezo. Pero pronto caí en que el tal Max era republicano. Y exiliado, pobre tonto. Así que su opinión no cuenta. Buenos son los Borbones para los exiliados, salvo que los exiliados sean ellos o sus circunstancias, legítimas o ilegítimas.

El caso es que llevo meses tratando de escribir un artículo serio sobre la posible (super)vivencia de la Corona en la Constitución española, pues cada día me convenzo más de que va a haber que elegir entre una reforma a fondo o un cataclismo que, quizá, no acabe con la monarquía, pero que convertirá la monarquía en un problema extraordinariamente grave para España. Para ello bastará con que la gente de la edad de la Princesa de Asturias, etc., se pregunte por la calidad de sus Institutos y por qué ellos no tienen unos 80.000 euros -más gastos de envío- para irse al cole de Harry Potter un par de años in-ol-vi-da-bles, en una experiencia riquísima para hacer amiguitas y amiguitos de todas partes y confesiones, de esos que te duran para siempre y que saben mucho, y guardan secretos si la carne es débil y la sangre azul. Todo ello en un ambiente educado, en el que casi todos son inmigrantes -pero muy limpios-, y en el que aprendes a bailar vals, esgrima, montar a caballo y tomar el té levantando el meñique.

Me releo y me digo que he caído en el tópico. Y me felicito. Porque de eso se trata: la feliz monarquía hispánica, otra vez, otro siglo, se recrea en el tópico de la bondad de un sistema educativo que cuidadosamente les distingue del común de sus conciudadanos. La vajilla será de plata o de duralex y quizá jueguen a rugby o bailen rock and roll y practiquen otras cosas próximas; y si no, miren ustedes a Diana de Gales, la de cosas que supo hacer. Pero el caso es privarse de entender existencialmente lo que viven, celebran o sufren la gente de su edad en este, su amado reino. Vale que la Consti no dice que son sus representantes, pero no sé luego a santo de qué tanto aspaviento de papá cada vez que el abuelito la lía parda, que hay que ver lo cariacontecido que se pone porque se malicia que está perdiendo el favor popular. (Por cierto: en la página de la Princesa de Asturias, etc., en la web de esta familia tan irreal como desestructurada, el abuelo sale hasta en la sopa).

Siempre podemos pensar que la Monarquía es otra cosa, algo que se escapa, en escoba de plata, de lo cotidiano, y que precisa de un carisma persuasivo poco dado al naturalismo y a las amistades normales -son más sugerentes las peligrosas-. Pero no me lo creo. Así quizá fue en el pasado. Pero ¿no hay nadie en los colegios que frecuentan que les enseñen historia y expliquen los cambios en la sociedad, la economía y la política? ¿Alguien va a proteger de lo que diga o de lo que haga la Princesa de Asturias, etc., en la edad de la globalización y las redes? ¿Alguien supone que los atributos de la dinastía sirven de algo en este mundo letífico, líquido, en el que nada es perdurable por sí mismo si no es en conexión con otros asuntos, ni nadie es como es por mera herencia, sino en conexión inestable con otros? El monárquico convencido opinará que, precisamente, la monarquía sirve de amarre en estos tiempos desdichados, de vacuna ante la vaguedad, ante la fragilidad de la verdad y la incertidumbre de la democracia. Puede ser. Con la condición de que los comportamientos que configuran la perdurabilidad no sean considerados insultos por una creciente mayoría que acabe por considerar los actos de los coronados como desafíos a las apremiantes necesidades de los “de abajo”.

Yo me siento insultado. Mi hijo irá a un instituto en un par de años. ¿Qué tiene esa niña que no tenga mi hijo? Y yo soy de los que tienen suerte, empleo estable y sueldo muy digno. Pero no como para elegir entre el instituto del barrio o una monada en Gales con un sistema escolar lejano a las leyes a las que me siento democráticamente obligado. ¿Qué tiene de malo la enseñanza pública, igualitaria, común, de España? Si no lo entienden intuitivamente no hay manera de explicárselo: son así y piensan que se lo merecen. Y aún presumen de transparencia y de la bondad de la elección y de pagarse el capricho. Yo quiero que mi reina, que nunca podrá ser como yo o mi hijo, porque para eso se le ha hecho tarde, pueda, al menos, entender vitalmente a mi hijo, a todos los niños y niñas que estudian en España. Eso sería un primer paso para ser una buena Jefe de Estado. Quiero que no esté condenada a tener amigos pijos llamados a entender sólo a gentes encaminadas ideológicamente hacia una derecha que, cada vez, será más extrema. Este es el problema. Que la monarquía, gesto a gesto, va siendo institución sólo de una parte de España. Y no quiero eso. Soy un republicano que no quiere cambiar de forma de Jefatura del Estado porque, con el horizonte que tenemos, significaría más incertidumbre y enfrentamiento. A mi Rey, al parecer, eso no le preocupa. Diga lo que diga en Nochebuena.

Y ahora a mirar datos de ucis y vacunas. Un consuelo. Me olvido de lo del Brexit -por cierto: ¿lo ha tenido en cuenta la camarilla zarzuelera?-. Cualquier día me pongo una mascarilla patriótica y me desgañito pidiendo que reconquistemos Gibraltar. Otra no nos queda.

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