La mujer de Lot, tras andar un trecho alejándose de Sodoma ardiendo, se dejó arrastrar por la nostalgia, y al volverse se convirtió en estatua de sal. A imagen y semejanza, el BCE se ha alejado un trecho de lo que nos hemos acostumbrado a pensar que son sus competencias (estabilidad de precios, control de la inflación y garantizar el buen funcionamiento del sistema de pagos) para ayudar a protegernos de la pandemia. Así, le hemos visto intervenir para respaldar una gama creciente de mercados y actividades, utilizando instrumentos que se extienden mucho más allá de sus deberes estrictos. Sin embargo, ahora, cuando se le pide encarar el calentamiento global y la preservación de la salud, con la deuda que está en su poder, se ha dado la vuelta y se niega a ver las consecuencias reales de lo que está pasando. No hay duda del calado de las decisiones de la UE, a través de la iniciativa Next Generation (NG) con la que, quizás, pretende demasiados logros: ser líder mundial en la transformación verde, no perder pie en la transformación digital y abordar las consecuencias de la pandemia, desde coordinar la emergencia, hasta restañar heridas económicas. Tres grandes objetivos: salud, ecología y digitalización retroalimentados entre si.

Para muchos europeos resultará muy duro que el BCE se mantenga en que las nuevas necesidades son problemas de otros ya que lo suyo solo es la política monetaria. Es en los momentos críticos cuando se espera que las autoridades aborden los grandes temas superando las objeciones de quienes insisten en que el mandato limitado del BCE es lo que sostiene su independencia. El estancamiento económico producido por la covid ha destrozado el empleo, lo más sensible en una sociedad como la europea. En relación con ello no se conocen medidas y algunas cifras son estimaciones hechas sin contar con la pandemia. A pesar de la magnitud y del valor intrínseco de los proyectos NG, es mucho lo que la UE tiene que acometer y debemos reconocer que incluso con las estimaciones de apalancamiento con el sector privado, los recursos económicos necesarios serán brutalmente altos. La pandemia seguirá exigiendo mucho y habrá que alargar en el tiempo proyectos de transformación verde y digital.

Con este trasfondo es decepcionante que, cual estatua de sal, la élite económico-política, con el BCE a la cabeza, haya despachado con cajas destempladas la propuesta de anular esta deuda pública, en vez de encajarla en una reflexión serena y abierta sobre las posibilidades que el debate pueda abrir en tiempos ásperos. Parecen ignorar la magnitud del desastre y que el episodio covid no se resuelve como las crisis anteriores. Nos parece una expectativa boba esperar que la recuperación ocurra como en ciclos anteriores, cuando ahora nos enfrentamos un desastre global sin precedentes, y se rehúye profundizar en sus repercusiones profundas sobre el empleo. La preocupación es que se esté sobrevalorando los efectos de la deseada recuperación en términos de empleo futuro y se infravaloren las consecuencias que tanto la pandemia, como la transformación verde y la digital pueden provocar.

Si hablamos de España, los mantras de mejora de la productividad y de la formación son inútiles en el corto plazo. La falta de claridad sobre las posibilidades de empleo es particularmente inquietante por lo vivido tras la recesión de 2008, un ciclo de recuperación con cifras de paro particularmente altas, como siempre, en jóvenes y de larga duración, con una persistente precariedad. La constante referencia a que la pandemia sería un paréntesis y que todo se parecerá a lo de antes, no parece muy atractiva para ganar el futuro en términos de empleo. Sirvan dos ejemplos: uno, las declaraciones de la ministra de Economía para orillar el debate sobre la deuda y el BCE, afirmando que hay que centrarse en el crecimiento económico y el empleo, para a continuación hacer unas previsiones imprecisas, hablando de número de empleos, sin saber si descuenta los ya destruidos, que aumentarán cuando se acabe con la prórroga de los ERTE. El segundo lo reflejan las previsiones de recuperación, según las cuales la economía española en el 2021 crecerá más que la media europea, el 5,6 % (que nos deja en -5 % en el bienio 20-21, ya que en el 2020 caímos un -11 %) para a continuación dejar en el aire esas cifras al hacerlas depender, prudentemente, de la vacunación y la recuperación del turismo.

El hecho de que tras la recesión y antes de la pandemia, los Estados no aprovecharan el contexto de tasas de interés históricamente bajas para invertir, agravó el colapso de la inversión pública. Para salir de ese encallamiento, adquiere pleno sentido canjear anulación de deuda con obligación de invertir, porque son vitales inversiones masivas, para el empleo. Conocemos donde las necesidades son más agudas: salud, educación en la digitalización y transición ecológica. Sin todo ello seguirá en peligro la meta de inflación cercana al 2 %, corazón del mandato del BCE, y que no ha cumplido durante más de cinco años.

Ciertamente se pone en entredicho la propuesta de más recursos económicos procedentes del BCE cuando las circunstancias evidencian las carencias de gestión de los Estados miembros a lo que se añaden los problemas jurídicos, políticos, competenciales y de percepción social que se provocarían sobre todo en los países más prósperos de la Unión. Pero ello no es óbice para que empecemos a asumir que nos hemos incorporado a una dinámica económica donde los ciclos recesión/crecimiento no parecen ser un armazón teórico suficiente para definir prospectivas de futuro. Los efectos acumulativos de la pandemia, la transformación verde y la digital, configuran un escenario con muchas incógnitas, ante los cuales EE UU y China van a ser mucho más agiles que la UE en las respuestas a situaciones no previstas.

La pandemia, el cambio climático y el quietismo digital han afectado a las bases de nuestro modelo de globalización y hablar de recuperar el crecimiento sin tener en cuenta esta circunstancia es pereza mental. Hablar de empleo sin considerar los efectos en términos de reducción del trabajo disponible global y de su precarización derivada del avance de una digitalización, impulsada por las empresas sin que haya equilibrios suficientes de los poderes públicos, equivale a mirar el futuro inminente con anteojos del pasado.

Tanto el antropocentrismo que hemos practicado como la tecnología que hemos desarrollado nos sitúa en tierra ignota, pero no avanzar, y mucho menos retroceder, ya no es una opción, de aquí la referencia bíblica a la mujer de Lot.