El Plan Resiste es un insulto». Es una de las frases que se podía leer en los carteles de los hosteleros que estas últimos semanas se manifestaban en Valéncia y otras ciudades de la Comunitat. También se les oía gritarla entre el estruendo de las cacerolas en las puertas del Palau de la Generalitat.

Supongo que eso es lo que siente el sector, que el Botànic les insulta. Llevan diez meses con sus negocios bajo mínimos, sufriendo las restricciones más exigentes. Han sido obligados de nuevo al cierre cuando en otras comunidades autónomas la incidencia del virus no ha disminuido por el hecho de haber cerrado la hostelería. No se sienten escuchados y se les intenta callar con anuncios de ayudas que parece que nunca llegan a materializarse. Y cuando por fin se presenta el Plan Resistir y caen en la cuenta de en qué consiste, lógicamente se sienten insultados. Y con razón.

Para empezar, es de destacar el efecto multiplicador de los anuncios de las ayudas por parte del gobierno tripartito, sobre todo del presidente, Ximo Puig. Desde que toman forma y se hacen eco los medios de comunicación, pasando por las diversas declaraciones que concretan en qué consisten. Más anuncios y declaraciones, y fotos con el sector y notas de prensa. Por fin se concretan y solo falta ser aprobadas por el Consell. Se aprueban, aunque solo una parte. Porque el plan tiene varias partes. Se publican en el DOGV. Pero ahora la pelota pasa a los ayuntamientos, que empiezan a hacer anuncios y tienen que aprobar su propia normativa. Y tener el dinero que les corresponde aportar, claro. Y luego tramitarlas. Papeleo, burocracia, espera interminable. Otra vez, después de diez meses. Desesperante.

Pero hay más. Estas ayudas también son un insulto porque se anuncia a bombo y platillo un plan de 380 millones de euros a todas luces insuficientes incluso si fueran solo para la hostelería, más si coincide con un nuevo cierre. Pero también entran en el reparto miles de autónomos y pymes dedicados a otras actividades, asimismo muy afectadas, y que deberían, quizá, tener su propio plan de rescate.

Los 380 millones se estructuran de la siguiente forma:

-100 son préstamos del IVF que ya están en marcha. Con buenas condiciones, eso sí. Con una parte no reembolsable, también. Pero préstamos, al fin y al cabo.

- 160 constituyen las ayudas directas, llamadas ayudas Paréntesis, para hostelería y otras actividades (hasta 28 recoge la norma). Financiadas por Generalitat, diputaciones y ayuntamientos que se acojan. Pero atención: solo para autónomos y empresas de hasta diez trabajadores. La mayoría de hoteles y otro tipo de negocios con más de diez trabajadores quedan fuera. Y también excluyen a la mayoría del comercio, cuando hay subsectores gravemente afectados. Lo máximo que podrán obtener, aquellas que tengan diez trabajadores, después de once meses de angustia, serán 4.000 euros.

- 105 millones para cubrir cuotas de la Seguridad Social y para trabajadores en ERTE. 80 de ellos, que vuelven a dejar fuera al comercio, son ayudas de 300 o 600 euros por trabajador contratado por una empresa (con el límite de 12.000 euros), y 600 para los autónomos. Insisto, después de once meses y con lo que queda por venir.

- 8 millones para ayudas al ocio y entretenimiento.

- 7 millones para la artesanía festiva.

Estos dos últimos bloques todavía están sin concretar.

En conclusión, ha pasado el mes de enero. El Botànic hace oídos sordos ante la desesperación de decenas de miles de afectados y demuestra de paso, una vez más, que la izquierda siempre menosprecia a la hostelería, que se siente engañada y anuncia nuevas movilizaciones, incluso querellas.

Desde Ciudadanos seguiremos exigiendo que se actúe como en muchos países europeos, con verdaderas compensaciones por la decisión política de cerrar determinados negocios. Ayudas que permitan resistir, pero de verdad, al sector hostelero y al resto, hasta que pase lo peor. Pediremos que se active cuanto antes el Fondo Covid que conseguimos que se incluyera en los presupuestos. Estaremos al lado de los autónomos y las empresas de hostelería, por supuesto, y también de los demás sectores. Escuchándoles y presentando iniciativas que les faciliten las cosas. Pero también fiscalizando y criticando todo lo que hace, y deja de hacer, un Consell demasiado intoxicado por el nacionalismo y el populismo, y más en los tiempos que corren.