Opinión | a vuelapluma

Pájaros en la cabeza

Ejerzo de pajarero consorte, así que hace dos días no pude evitar detenerme ante un titular: «De pájaros y pajareros» (La Vanguardia). Relataba el aumento de la tensión en el Central Park de Nueva York entre avistadores de aves y otros usuarios. La vida tiene estas sorpresas, se cierran todas las tiendas y cafeterías y a la gente le da por salir a los parques mirando al cielo y buscando ejemplares singulares entre la avifauna. Comienzan a ser tantos, que se han producido trifulcas con paseantes (con y sin perro) y alguna ha llegado hasta los tribunales y la prensa, con mentiras racistas de por medio. La vida americana concentrada en un pedazo de verde y cielo. Ese mismo día, uno de los periódicos españoles de la prensa conservadora sin complejos llevaba a portada el enfrentamiento de parte del sector de las noticias con el vicepresidente del Gobierno. «Iglesias no nos amordazará». Otros diarios del mismo palo iban por la misma senda señalando además el «aval» de Podemos a las protestas por el encarcelamiento del rapero Hasél.

¿Qué tienen que ver los pájaros y los pajareros con la última bronca en esta airada España? Que todo en este tiempo fastidiado y borde parece que tiene que acabar en extremismos, enfrentamiento encarnizado y polarización. Incluso en algo tan silencioso y plácido como observar aves.

Además ahora en la plaza pública no bastaba con la batalla política. Ahora también es momento, parece, de la tensión con los medios de comunicación. No basta con calles en guerrilla por un señor que no era nadie, una política bronca y desabrida, con los bloques cada vez como dos bandos, con casi todas las vías de contacto cegadas, e incluso con los partidos de cada frente en permanente disputa entre ellos. Junto a todo eso también se pone a hervir ahora el caldo (más bien ácido) de los periódicos. Que luego no se sorprenda nadie de lo que pueda pasar. El cóctel que estamos mezclando en medio de una emergencia mundial puede estallar por el costado más inesperado.

«Es un peligro para el periodismo que el sistema mediático esté dominado por bancos y fondos buitres». Eso dijo el vicepresidente del Gobierno en la tribuna del Congreso esta semana. Es verdad. Como concepto, es un peligro. Igual que lo es un sistema periodístico dominado por organismos públicos. Dice que quiere romper un tema tabú en la democracia española. Estupendo. El problema es que subrayar «la enorme capacidad de los medios para decidir de qué se habla» significa trasladar el mensaje de que él quisiera que se hablara de otras cosas. ¿Y qué ministerio va a decir si toca hablar de esto o de aquello, de Venezuela o de las puertas giratorias? ¿Un cantante puede decir cualquier bajeza y los nazis del cementerio de la Almudena, no? Todo esto, como teoría, puede tener consistencia. Lo canalla de este país, y por lo que Iglesias está donde está y las calles están como están estos días, es que casi siempre pasa lo contrario: que los filonazis dicen y hacen con bastante más impunidad que los raperos antisistema.

Y así estamos. Lo triste del asunto es que la ciudadanía envía mensajes contrarios, pero casi nadie hace caso y casi todos se repliegan en sus bloques. Unos cuantos millares de votos de Ciudadanos se han ido a la extrema derecha en las últimas elecciones catalanas, pero una cantidad parecida se ha ido a los socialistas. Al otro frente. Esas papeletas son la baliza que indica que la sociedad (una parte importante, entiéndase) no sabe nada de bandos, puede fluctuar de un lado a otro del tablero. En las películas de náufragos al final alguien ve el humo que señala que hay vida. En el cine suele haber salvación.

Mientras llega el avión de rescate continuaremos pajareando (lejos de los peligros de Central Park), buscando paz entre los cielos.

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