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Juan José Millás.

Una liberación

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Recuerdo un año de mi vida en el que no me acatarré. Coincidió con mi primer enamoramiento, en la lejana adolescencia. Siempre me he preguntado qué ocurrió y no sé explicármelo. Quizá fue por no faltarle el respeto a la chica. Ella, en cambio, se resfrió de un modo brutal. A mí sus mocos no sólo no me parecían mal, sino que me provocaban una ternura sin límites. Estuvo enferma una semana durante la que nos vimos todos los días y cuanto más estornudaba y más se sonaba las narices, más la quería yo. Al invierno siguiente, cogí un trancazo histórico y rompimos. No digo que fuera por el trancazo, no lo sé, pero lo cierto es que una cosa coincidió con la otra. 

Este año de pandemia, sorprendentemente, no me he acatarrado todavía. Llevo esperando al resfriado desde octubre, pero no aparece, lo que, lejos de alegrarme, me inquieta. El resfriado, en mi caso, es como ese pariente incómodo que vive lejos y que nos visita todos los inviernos para alterarnos las rutinas y fastidiarnos la existencia. De ahí que estemos deseando que llegue y que se marche para saber que estaremos libres de él durante doce meses. La vida, en todo caso, está llena de sorpresas de este tipo: los catarros dejan de manifestarse sin que sepamos por qué, pero a lo mejor brotan alergias que no habíamos padecido antes. A un amigo mío, buen bebedor, se la ha manifestado de súbito una intolerancia al vino. Le salen granitos en el cuello y en el pecho cuando se toma un par de copas (y solía tomarse tres con las comidas). Tardó mucho en asociar una cosa con otra. De hecho, no fue él quien estableció la asociación entre el alcohol y la erupción, sino un dermatólogo que supo hacerle las preguntas pertinentes.

Ignoro a qué médico acudir para que me explique por qué este año no me he acatarrado todavía. Desconozco si existe una especialidad dedicada a las no enfermedades. Tal vez tendría que consultar con un no médico.

-¿Qué es lo que no le pasa? -me preguntaría.

-Que aún no me he acatarrado.

-Tómese esta ración de virus con el desayuno.

Sería una liberación porque la espera me tortura. En fin.

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