Opinión | PICATOSTES
Peligro para caminantes
Un grupo de jubilados, gorra, chándal y zapatillas, conjunto Decathlon o Carrefour, avanza con firmeza. A juzgar por la energía con que caminan se diría que se dirigen a la sede de la Secretaría de la Seguridad Social a reclamar la subida de las pensiones. Otro grupo, aquí señoras ya entradas en la jubilosa edad de la madurez marchan como aquel batallón de modistillas del cuplé. «Un, dos, tres, ahora va bien, un dos, tres, ahora va bien». Es innegable que la pandemia ha convertido el antiguo lecho del río Turia y hoy bosque o jardín urbano en espacio preferencial como territorio ‘tutti frutti’. A falta de otros espacios -ahora limitados- para estirar las piernas y despejar la cabeza en tiempos de confinamientos, el Jardí del Túria se ofrece como la mejor, práctica y barata alternativa. Basta una simple ojeada a cualquier hora del día para comprobar el alto rendimiento social, deportivo, que el jardín urbano está proporcionando en todo este tiempo. Un espacio polivalente para la realización de actividades diversas. Tatami para las artes marciales, ring para practicantes del ‘kick boxing’, gimnasio 24 horas, jardín espiritual para adeptos del yoga, tai chi o local de ensayo para aprendices de funambulismo. Los venerables puentes sirven de colgaderos para futuros aspirantes del Cirque du Soleil. Las pistas de patinajes transformadas en bailes de salón. A las tradicionales fiestas infantiles anunciadas con el engalanado de árboles y picnics familiares, se han sumado los jolgorios nocturnos de grupos de jóvenes. Los restos de la batalla quedan visibles al día siguiente por amplias zonas del parque.
Si hubiera que realizar una clasificación por grupos hegemónicos del parque sin duda los llamados ‘runners’ ocuparían las primeras posiciones. En solitario, en dúo, santísima trinidad o comando expedicionario, sus trotes se extienden por todos los rincones del parque. A su carril propio y particular han ido sumando otras conquistas terrenales y no es extraño, si te descuidas, que te encuentren con uno de ellos enganchado a tu espalda y maldiciéndote por no haberlo visto llegar por tu retaguardia. Su sentido de la propiedad del parque urbano sin duda resulta encomiable. Otro grupo combativo son los ciclistas. Ellos también disponen de su propia vía de circulación en cada uno de los extremos del parque. A pesar de las normas e indicaciones que señalan unos límites de velocidad, solo una minoría parece conocerlas. El resto, o sea, más del 90 por ciento, están dispuestos a llevarse por delante todo aquel que tenga la mala suerte de cruzarse en su camino. Solo los grupos de turistas -cuando los había- con sus bicicletas de alquiler ponían una nota bucólica en la vorágine circulatoria. Entre las hazañas de estos aguerridos ciclistas urbanos se encuentra el descenso infernal del Tourmalet por las diferentes rampas de acceso al parque. Sumemos como nuevos socios del parque los irreductibles conductores de patinetes eléctricos capaces de emular todas las hazañas en cuanto a velocidad, imprudencia, osadía y otras buenas prácticas. Y finalmente añadamos a este vistoso colectivo de las dos ruedas, los intrépidos practicantes del trial bici. A galope, brincos, sus espectaculares desplazamientos por el parque no dejan a nadie indiferente ni a salvo.
A estas alturas, lo que sigo sin entender, es como por parte de nuestros responsables municipales no se ha llevado ninguna campaña de información sobre seguridad, límites de velocidad, etcétera en nuestro gran bosque urbano y para algunos, por lo que se ve, circuito o velódromo de entrenamiento diario o semanal. Bastaría -de momento- con señalizar, ya sea con una indicación de alerta, atención, paso de peatones, los diferentes tramos de contacto entre el cruce de viandantes y el carril bici. Así de sencillo y, por lo que se ve, así de complicado.
Por cierto, una de las cosas que echo en falta, como hubo en otros tiempos, es algún virtuoso del violín o de la trompeta ensayando sus clases de música a ‘plein air’ o una pareja de jugadores de ajedrez en medio de un campo de olivos o bajo las copas de los pinos moviendo sus alfiles bajo la atenta mirada de unas ardillas.
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