En Alboraya Luis Víctor Gualotuña, de cincuenta y dos años, migrante y trabajador de la obra, se precipitó del andamio desde una altura de 8 metros; no había arneses de protección. La caída le perforó un pulmón. Su jefe, que no estaba allí, ordenó a sus trabajadores que no llamarán al 112 hasta que él personalmente llegara porque Luis Víctor no estaba contratado, trabajaba en negro. Necesitaría tiempo para intentar preparar un contrato ficticio y hacérselo firmar antes de llevarlo al hospital o para inventarse alguna excusa que justificara la presencia en la obra y la caída del andamio de Luis Víctor. Cuarenta y cinco minutos después del accidente lo llevan al hospital en una furgoneta de obra totalmente medicalizada con sacos de cemento y restos de yeso... o mejor dicho, lo abandonan en la puerta del hospital como si fuera un apestado o un mafioso cosido a balazos. Poco después, inevitable y fatalmente, fallece.

¿A esto se le puede llamar accidente laboral como han denominado todos los medios? Un accidente, por definición, es un hecho fortuito e imprevisto. Que un trabajador pueda precipitarse de un andamio es algo previsto en la ley y algo que tiene su medida de protección: el arnés. Que tras un accidente, sea cual sea el contexto, lo primero es auxiliar a la víctima es algo humano y que todos tenemos automatizado. Además, es algo a los que nos obliga el deber de auxilio.

A Luis Víctor lo ha matado la negligencia de su jefe y por desgracia, de forma indirecta, el miedo de sus compañeros a infringir las órdenes del jefe mientras él agonizaba. Este es el alto precio de la precariedad, la insoportable precariedad laboral. Uno muere y otros tantos guardan obligados el silencio doloroso y cómplice. Por desgracia las consecuencias penales no solo afectarán al jefe sino que se extenderán a los compañeros por la falta de auxilio. Los compañeros, otras víctimas de la caída fatal.

Y como a Luis Víctor, a 780 personas más les ha alcanzado la muerte en el trabajo en 2020. Esto es nuestra insoportable normalidad democrática: dos trabajadores muertos al día.

Llevábamos décadas de descenso en la mortalidad laboral en nuestro país hasta que la crisis de 2008 cambio el sentido de la tendencia. Una década entera de crisis económica y de precariedad laboral galopante en la que las muertes en el trabajo aumentan cada año sin que esto parezca preocupar demasiado a la patronal en sus negociaciones. Para explicar mejor la envergadura del problema: 8 veces más muertes este año pasado que en el año más sangriento de ETA (95 muertes en 1989)

Las muertes solo son la punta del iceberg. La precariedad laboral se manifiesta de muchas maneras: contratos irreales o irregulares, jornadas eternas, temporalidad, ausencia de condiciones higienico-sanitarias, abusos de poder, acoso laboral y sexual... Es hora de frenar la precariedad laboral y de crear de nuevo un marco laboral sano y productivo. Hablo de ir más allá de la legislación laboral, que por supuesto hay que cambiar y en ello está nuestra ministra y compañera Yolanda Díaz. Hablamos también de renovar la cultura que hay detrás del trabajo, de que el trabajo es un medio para vivir y aportar en sociedad y no algo por lo que sea admisible perder la vida.