Viendo lo que vemos en las calles asaltadas por turbas de jóvenes que esperan liberar a un rapero que escribe letras agresivas, insultantes y provocadoras, delictivas según los jueces, es la hora de que alguien, una vez calmada la rabia , se encargue de organizar sesiones de lecturas provechosas y de estudio e investigación sociológica. Tampoco es necesario profundizar en existencialismos o freudismos, que vete a saber lo que significan esas palabras para los que arrancan adoquines. Viendo lo que vemos, parece que aquí lo único que importa hoy es derribar lo instalado aunque nadie sepa lo que vamos a construir.  Nada nuevo en la historia de las revoluciones que acabaron siempre, antes o después, en contrarrevoluciones.

En ese necesario análisis hay que ir mucho más allá de las letras agresivas de un personaje que ha encontrado en la provocación una manera de realización personal. A fin de cuentas, cada cual busca en esta vida ser alguien aunque sea algo. Vayamos más allá de la violencia contra escaparates y todo lo que se mueva. Vayamos más allá del grupo para adentrarnos en las razones últimas de cada uno de sus elementos. Vayamos, en definitiva, al individuo, a la persona, a su ser y sus circunstancias. Cada uno de ellos con su historia propia, una historia de anhelos que no se cumplen, de vidas que no satisfacen, de cúmulo de traumas… de nulas esperanzas.  Y quizás ahí, en la individualidad diferenciada encontremos las razones últimas de un grupo que rompe barreras y que se lanza a las barricadas. Lo fácil es aplicar el código penal. Lo complicado es saber identificar el origen de ese malestar, reconocer razones ajenas e intentar dar explicaciones convincentes y soluciones adecuadas.

No puede resolverse ese ánimo que revienta en rabia alentando la rabia, desde púlpitos bien pagados, predicando lo que uno no cumple. Nada hay más pedagógico que el ejemplo personal. Y los ejemplos de los que hoy dirigen la sociedad, aquí y allá, en este o en aquel espectro, brillan por su ausencia.  No pueden solventarse problemas creando otros mayores. La juventud española, la juventud europea y la de todo el mundo ve pasar los años y comprueba que van a vivir peor que sus padres e incluso que sus abuelos y que la solución no está en evadirse en la droga y en el sexo, que es lo único que les ofrecen las élites que hoy dictan la ortodoxia de lo políticamente correcto. Para salvar el sistema cautivan las mentes con división maniquea y para ello aplican su ‘Index Librorum Prohibitorum’ a quienes se atreven a plantear cuestiones y a ejercitar el libre debate. La verdad debe ser la que las élites dicten. Y dictan incluso comer carne sintética, si con ello mejora el rendimiento de sus empresas. Todo se resolverá con una paga mínima vital, dicen, sin saber que ni siquiera un ingreso generoso podría satisfacer las ansias de vivir en plenitud de libertad creadora. Caminamos por la senda errónea porque no podemos buscar las estrellas sin esfuerzos ni sacrificios. Esos jóvenes son el producto de una sociedad saciada que de la noche a la mañana descubre que los hijos crecidos entre caprichos y neveras llenas se quedan sin futuro. Una sociedad que, además, se niega a reconocer su error. Tampoco les enseñaron a reconocer nada.