“Hay mucha rabia acumulada”. Así justifica un joven las protestas violentas sucedidas a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasél. Resulta que la libertad de expresión ahora no es lo importante en las reivindicaciones, sino expresar la rabia que nos produce a la generación de la crisis la situación que vivimos. Hasta aquí, todo correcto. Por mi parte, tengo 25 años, soy graduado en Políticas por una universidad pública y estudio un doctorado, a la vez que trabajo en el precario mundo de los riders. Entiendo que gente en situación muy similar a la mía se cabree porque las cosas son difíciles, y que, convencidos de algunas máximas neomarxistas, pongan por obra aquello de la lucha de clases. No comparto esas tesis, por su determinismo antropológico e histórico, y mucho menos puedo ponerme del lado de los que salen aquí hablando y que parece que las sustentan. Entre otras cosas, porque llevo lustros viéndolos como representantes de sindicatos estudiantiles y demás chorradas con un apoyo minoritario en la comunidad universitaria, gastando los euros y la paciencia de todos en propaganda barata y rancia, interrumpiendo clases y reventando extintores. Aún así, aunque no comparto su visión, me he acostumbrado a su presencia como algo normal, algo así como las manchas marrones en los plátanos: no hacen bonito, pero tampoco hacen que el plátano esté malo y, de hecho, le dan cierto sabor.

Creo que es momento de expresar algo de esa rabia acumulada que la inmensa mayoría de jóvenes sentimos contra estos que se sienten portavoces naturales nuestros. Y decirles que se pueden ir a donde Fernando Fernán Gómez mandó a aquel admirador inoportuno. Porque parece que piensan que quemar contenedores solucionará todos nuestros problemas. Y parece también que el policía de turno es culpable de todo y habrá que romperle la cara con un ladrillo para que todo vaya bien. Parece que, una vez hayamos hecho la revolución y reventado todos los escaparates de las tiendas de los putos ricos, vendrá la felicidad, una tierra en la que todos cobraremos bien y trabajaremos poco. Parece que quien no se una a pegar al de enfrente, a usar la lucha como instrumento de cambio social, es también el enemigo.

Utopía, fanatismo y simplismo analítico son vuestros grandes problemas, compañeros. No creo en vuestro mundo perfecto que se hace con la simplicidad de un cóctel molotov. No creo en él, porque nunca existirá la perfección en la tierra, y porque subordináis la vida del otro a los fines de la revolución. Los problemas que tenemos no son sencillos, y es innegable que existen injusticias en el sistema. Pero tratar de solucionar lo complejo con la sencillez de la selva es rendirse a una ilusión, o ser ciego.

Tratar de salir adelante dentro del sistema no es necesariamente conformarse con él, sino poner por delante la subsistencia, y creer que trabajando se puede también cambiar las cosas, poco a poco, haciéndose oír con la fuerza de la verdad, no de los puños. Tratar de salir adelante sin dar palos es creer que la simple violencia no solucionará lo complejo del problema, sino que lo hará degenerar en el caos. Para Nietzsche, esa es la situación por excelencia del hombre, ese mundo amoral en el que los fuertes imponen su dominio y los débiles callan. En el sistema actual el déspota aún tiene algunos frenos. En vuestro mundo ideal sólo hay caos, y otros fuertes -quizá vosotros- que se impondrán a otros débiles. Por eso, os podéis ir a la mierda con vuestros ladrillos y vuestros contenedores ardiendo. Y a mí dejadme trabajar.