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Inmaculada González Carbajal

Este país no es para jóvenes científicos

Una beca de investigación para la que piden el mayor número posible de apoyos en las redes sociales

Un joven investigador español, que trabaja en un proyecto tecnológico para el diagnóstico de varios tipos de cáncer, presenta a un concurso de becas uno de sus hallazgos. Hasta aquí todo normal, si no fuera porque uno de los requisitos que le piden es que tiene que obtener el mayor número posible de “likes” en Facebook y/o Twitter. Lógicamente, un tema de ciencia ni se hace viral ni arrasa en las redes con miles de “manitas hacia arriba” o cualquier emoticón que muestre entusiasmo por su trabajo; así que ahora, el joven científico está pendiente de ver qué pasa con sus someros resultados. Esta historia la conozco directamente y yo fui una de las que contribuí con el “me gusta”, pero, más allá de estar convencida de hacerlo, no daba crédito a que le hubieran exigido este indicador como una variable necesaria para respaldar su proyecto.

Sorprende el desconocimiento de quien le haya pedido a este joven científico este desatino, porque en este país las personas que se dedican a la investigación no son populares en las redes sociales; por un lado, porque la dedicación intensa a su trabajo no les deja tiempo para navegar por ese proceloso mundo de la comunicación virtual; por otro lado, porque la ciencia y los programas de investigación ni son tendencia ni provocan entusiasmo o, como se dice ahora, no son “trending topic”. Los científicos no son celebridades de internet ni gozan de la popularidad de un youtuber o un influencer que logra tener miles de seguidores a cambio de exhibir sus opiniones o mostrar un estilo de vida, la mayor parte de las veces vinculado a la frivolidad, pero que resulta de gran interés a las empresas que los contratan para promocionar sus productos.

La familia del joven científico del que hablo le enseñó a ser responsable con los dones naturales que había recibido. Sus padres le mostraron el camino de la generosidad, le inculcaron que las metas se consiguen con esfuerzo y no le atontaron con premios innecesarios. Todo ello le facilitó la posibilidad de conectar con su vocación de investigador, que ahora trata de encauzar en un proyecto que tiene como objetivo mejorar la vida de las personas que sufren esa lacra llamada “cáncer”. La tarea de la familia está hecha y ha dado su fruto; ahora le corresponde a esta sociedad responder al talento y al trabajo de este investigador, pero éste se encuentra con los límites de un país en el que todo lo que puede ofrecer este joven, como muchos otros que también quieren dedicarse a ello, ni está de moda ni se espera que algún día lo esté.

A pesar de que la pandemia en la que estamos inmersos ha puesto en evidencia la importancia de la investigación y aunque se nos llena la boca hablando de la necesidad de apoyar la ciencia, la cruda realidad es que estamos muy lejos de darle el espacio que se merece y de invertir lo adecuado para que tengamos los resultados apropiados. En España no lo tienen fácil los jóvenes que quieren dedicar su vida a esta tarea, que requiere inteligencia, formación muy amplia, mucho esfuerzo, vocación y generosidad. Básicamente, porque estos principios no son los que se potencian en la sociedad que hemos creado en las últimas décadas y muchas familias, alentadas por el éxito de la mediocridad, han sustituido la educación en valores por la inoculación de nociones basadas en la ausencia de esfuerzo, en la comodidad, en el derecho a conseguir lo que quieras al precio que sea y en premiar cualquier nimiedad que haga un infante, potenciando así el narcisismo y el egoísmo que sufrimos en el momento actual.

Y ahora, ¿de verdad nos sorprende lo que vemos en algunos sectores de jóvenes desnortados? La razón no está en que estén hartos de este tiempo de pandemia, porque lo estamos todos y quienes más han sufrido no han sido ellos, sino los más ancianos; tampoco el motivo es que tengan el futuro desdibujado, porque en este momento lo tienen todos los jóvenes, y algunos siguen luchando por conseguir un objetivo, en vez de dejarse llevar por la rabia descontrolada hasta convertirla en violencia. Llevamos años sembrando vientos; así que no nos sorprendamos de recoger tempestades.

En España se aplaude a la ignorancia, se premia al zafio y se idolatra la banalidad. Es algo que hemos cultivado en las últimas décadas y de lo que ahora estamos recogiendo los “frutos” en todos los ámbitos. En este contexto, es una pena, pero es entendible, que los jóvenes con talento tengan que irse de este país.

Por cierto, el joven se llama Arturo.

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