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Alfons Garcia

Cuarenta años después

Com s’estudia el 23-F?

Hace cuarenta años, teníamos tanques y nos sobraba esperanza. Pisábamos un mundo por hacer. Había tanto por cambiar y construir que nos podíamos permitir una dosis de engaño colectivo. Necesitábamos ilusión y autoestima. Creernos uno más. Creernos modernos cuando los demás inauguraban una posmodernidad resabiada y llena de escepticismo.

Hace cuarenta años casi todos éramos niños. Hace cuarenta años empezábamos a adiestrarnos en el arte del funambulismo social: aprender a enmascararse, a progresar adecuadamente sin ser visto, a ser humillado por la turba y a callar ante la humillación ajena. Sobrado de rencor, pero callado. Te haces mayor el día que intentas salvar a los humillados. Ese día descubres que vivir es coger una lanza vieja y perdida y salir a defender la causa moribunda de la dignidad.

Cuenta Jordi Amat que cuando el Estado del 78 se consolidó, algunos poderes españoles, nuevos y antiguos, no sirvieron a la democratización, sino que empezaron a explorar cómo servirse de la democracia. En otras palabras, consiguieron utilizar el nombre de la democracia para ignorarla. Cuarenta años después de nuestro mito fundacional del 23F hemos asistido a la presentación oficial de la teoría que sostiene que lo sucedido en febrero de 1981 fue la operación de los poderes que venían de antes para legitimar su autoridad con la marca de un régimen nuevo.

Cuarenta años después, lo importante y lo serio es que el otro día tenían voz en el Parlamento, nave nodriza del nuevo régimen democrático, los que defienden la tesis de la perfidia política tras el 23F, los que rechazan el mantenimiento del rey como garante de la nueva España, los que sostienen que aquel 1981 abrió la puerta a la modernidad y a una democracia estable, y los que consideran que esa estabilidad es más importante que el detalle de si el templo se sostiene sobre una monarquía o una república.

Cuarenta años después, lo importante es que todos estaban esta semana y a todos se les escuchó, incluso a los que no hace tanto fueron el sostén político y social de un grupo violento. Incluso a los que propugnan la ruptura del marco. Incluso a los que recuerdan con añoranza el país anterior a 1981.

Cuarenta años después, lo importante es si todos podrían estar en la fotografía con alguna otra forma de Estado. Cuarenta años después, lo importante de verdad es poder estar, que hayamos podido olvidar la importancia de poder estar con libertad, porque el paso del tiempo lo ha convertido en algo natural. Como debe ser. No quiere decir que el modelo no tenga errores y que no haya sido necesario que unos jóvenes de distintos orígenes hayan venido a cuestionarlo porque otros desde dentro se habían servido tanto de él que casi lo rompieron.

La figura de Juan Carlos I es clave: el símbolo salvador hace cuarenta años es ahora el símbolo crucial para ver en esta nueva democracia el resumen perfecto de cómo unas clases dirigentes se sirven del modelo para seguir capitaneando a su gusto una sociedad. Su caída en el fango es la caída de todo el entramado. El riesgo es olvidar que, junto a todas esas manchas de humedad, en estos cuarenta años se ha levantado un buen andamiaje para la convivencia. No el mejor, porque siempre puede salir mejor, pero digno porque caben todos y ha permitido progresar con libertad y ampliar derechos civiles. El país que ha sido punta de lanza en avances como el matrimonio homosexual es el país que hoy se olvida, aplastado por el ansia de devorarse a sí mismo. Pero, como en un poema de Karmelo C. Iribarren, cuarenta años después sigue siendo ese viejo neón al que aún se le encienden las letras.

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