Si hay algo que une a los españoles de todas las generaciones es la costumbre de relacionarse socialmente en los bares. Ahora que llevamos meses sin poder tomarnos tranquilamente un cortado o una cerveza en alguno de nuestros establecimientos favoritos, comprendemos, mejor que nunca, que las pequeñas acciones del día a día son las que añoramos más y nos hacen felices. Según el Instituto Nacional de Estadística, España es el país del mundo con más bares y restaurantes: uno por cada 175 habitantes. La restauración, que da trabajo a 1,7 millones de personas, está sufriendo una crisis sin precedentes. En 2020 la plataforma Juntos por la Hostelería ha defendido que bares y restaurantes sean considerados patrimonio de la Humanidad. El papel cultural, social y económico que desempeñan es innegable; por ello, en los momentos que vivimos, arbitrar ayudas directas es una obligación para que no desaparezcan miles de trabajos y, además, para que no perdamos parte de nuestra esencia.

Los bares han estado presentes, de una forma natural, marcando nuestros días. Cada generación disfrutó de locales donde charlar, desconectar del trabajo, reír, celebrar, pensar, soñar, leer el periódico o incluso filosofar con buena compañía. Muchos de nosotros, cuando éramos adolescentes, en algunos bares aprendimos a socializarnos, compartimos tardes de sábado, jugamos al futbolín o a las máquinas de petacos e incluso vivimos nuestros primeros amores. En verano, nuestro bar favorito se convertía en el punto de encuentro de la pandilla; allí acudíamos después de jugar a fútbol o antes de ir a la discoteca. En la época universitaria nos reuníamos en bares míticos en los que diseñábamos nuestras vidas cuando todavía creíamos que cambiaríamos el mundo.

La tradición española de ir de bares nos viene de lejos. Los romanos solían acudir a cantinas para comer; en las calles de Herculano había muchas tabernas donde se servía vino en mostradores de mármol acompañado por pan, queso y nueces. Nuestra historia colectiva está jalonada de ventas, mesones, posadas, hostales, tabernas, fondas, cantinas, tascas, cafés… En ellos han descansado personajes históricos y ficticios, se han reunido escritores en tertulias literarias, se han organizado revoluciones, se han diseñado revistas e incluso se han escrito libros. Valle Inclán decía que el Café de Levante ejerció más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que algunas universidades y academias. Resolver y discutir sobre las cuestiones importantes de nuestro país o de nuestra sociedad en la barra de un bar es algo muy español. Por ejemplo, los salones de Casa Manolo, en la calle lateral del Congreso de los Diputados, fueron testigos directos de las negociaciones entre los padres de la Constitución de 1978. En el Bar Torino de València nació el Valencia CF al que ahora pretenden descabellar. En el imaginario colectivo de la ciudad de València no podemos olvidar la Cafetería Lauria, el Gran Café Suizo, el Ideal Room, Barrachina o el bar Mundo; en ellos, los valencianos celebraron la vida.

¿Qué sería de nuestros pueblos si desaparecieran los bares, los casinos o los hogares del jubilado? Centros neurálgicos de vida, de partidas de cartas y tardes de chamelo. ¿Quién no disfruta en un chiringuito de verano? Hoy más que nunca merecen un homenaje todos esos camareros y camareras que se saben de memoria cómo queremos el cortado, que trabajan mientras nosotros descansamos. Muchos de ellos han sido testigos mudos de las vicisitudes de nuestras vidas y han ejercido como psicólogos de barra. Como dice la canción de Gabinete Caligari: «...qué lugares tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar».

El Consell, después de meses y meses acumulando residuos sanitarios sin saber qué hacer, ha publicado por fin una resolución para su tratamiento. Pero, a pesar de eso, sigue demorando el convenio de incineración de residuos en las cementeras por las pugnas internas del Botànic, sin ofrecer ninguna alternativa, solo por motivos ideológicos. Alguien tendrá que dar explicaciones ante tanta sinrazón porque, en realidad, están provocando más impacto medio ambiental. Apuestan por la esterilización de estos residuos, pero tan solo llega al 10 % del tonelaje total generado por la covid-19, y tampoco dicen el coste energético, y por ende medioambiental, que ello conlleva.

Es incomprensible que el Consell del Botànic, rehén de sus erróneas convicciones, prefiriera contaminar más paseando los residuos sanitarios hasta otras comunidades autónomas e incluso otros países de la UE donde terminan quemándose, en lugar de posibilitar ese tratamiento en la propia Comunitat. La ideología de Compromís colapsa los residuos y daña el medioambiente.

Compromís siempre se ha negado a este tipo de plantas en la Comunitat. Ha sido una lucha continua que malintencionadamente utilizaron contra el PP, tergiversando los procesos que se llevan a cabo, acusándonos de querer quemar basura, rechazando que existiera tecnología de vanguardia para el tratamiento de estos residuos sin emisiones de gases de efecto invernadero, o que estas emisiones sean mínimas, mucho menos contaminantes que pasear toneladas de residuos a kilómetros de distancia, que es lo que han hecho ahora.