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Juan Tapia

¿Matan los decibelios?

Cuatro ruidos nos azotan: la incompatibilidad PP-PSOE, los choques en el Gobierno de coalición, Catalunya y la conducta del emérito

Aveces conviene bajar los decibelios, le dijo Pedro Sánchez a Pablo Echenique, el portavoz de Podemos, reconviniéndole por su apoyo público a “los jóvenes antifascistas” que se manifestaron a favor de la libertad de Pablo Hasél con algunas expresiones de violencia.

Tiene razón. España sufre un exceso de decibelios que amenaza con convertirse en atronador estrépito. ¿Pueden matar los decibelios? Lo seguro es que dañan nuestra imagen de estabilidad y de país receptor de grandes inversiones. Pero Echenique no es el único culpable. Hoy cuatro grandes ruidos nos azotan: el desencuentro eterno entre el PP y el PSOE; la reciente tensión interna en el Gobierno de coalición PSOE-Podemos; el conflicto catalán que se arrastra desde la sentencia del Constitucional sobre el Estatut de 2010 y, por último, pero no lo último, “la conducta incívica” del rey emérito, según la definió Sánchez el viernes.

Un país no inspira confianza si la relación entre sus dos grandes partidos es pésima. No es preciso que puedan llegar a la “gran coalición” (caso alemán), pero sí deben poder alcanzar mínimos acuerdos. En España, la relación PP-PSOE es de incompatibilidad total, excepto en 2017, cuando Sánchez apoyó el 155, y se ha deteriorado aún más desde la moción de censura contra Rajoy de 2018. El año pasado ni el estado de alarma provocado por la pandemia más grave del último siglo logró acercarlos, y la obligada renovación del relevante Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el órgano de gobierno de los jueces, está pendiente desde hace mas de dos años.

En los últimos días parecía que habría acuerdo, pero al final el nombre de los dos miembros propuestos por Podemos ha hecho saltar todo por los aires. No se trata de buscar responsabilidades, sino de constatar que la tóxica relación entre el PSOE y el PP, entre el Gobierno y el primer partido de la oposición, entorpece la vida política, la confianza económica e incluso las relaciones con la UE y la política exterior.

El segundo ruido es la creciente tensión interna en el Gobierno de coalición. Estos gobiernos nunca son una balsa de aceite y en España no había experiencia prematrimonial. Pero que el socio menor airee las diferencias y vaya descalificando la necesaria convergencia con la política económica europea crea lógica inquietud. La coalición quizá aguante porque la ruptura no interesa a ninguno de los socios –salvo que se vaya a unas arriesgadas elecciones anticipadas– pero el crédito interno y externo del Gobierno ya se ha deteriorado. Y un Ejecutivo con disensiones internas genera y garantiza choques escabrosos.

El tercer ruido es el del conflicto catalán que se arrastra desde 2010. La política de desinflamación ha tenido bastantes efectos positivos, entre otros la victoria del PSC en las últimas elecciones catalanas. Pero el independentismo –dividido y enfrentado los últimos años– ha mantenido la mayoría absoluta. Y ERC, que parece inclinarse a conservar la fórmula de gobierno independentista, agotada a juicio de los dos socios la pasada legislatura, ha tardado en condenar la violencia en las calles e incluso juega con la idea de que la CUP presida el Parlament.

Si Catalunya, la quinta parte de la población y el PIB de España, no acaba de salir de la conflictividad, todo se complica.

El cuarto ruido es el provocado por la “conducta incívica” de Juan Carlos. Sánchez argumenta, con razón, que eso no descalifica a la monarquía. Vale, pero la debilita. Y la discusión sobre la jefatura del Estado –que Podemos alienta– genera incertidumbre y no favorece el poder arbitral de Felipe VI.

Estos cuatro ruidos, que cuando se juntan provocan un estrépito, lastran a España. Y más cuando en Italia –por mérito del presidente Matarella y de Mario Draghi– se ha formado un Gobierno de “unión nacional”, desde la extrema derecha al populismo de izquierdas, que ha caído bien en Europa.

No saquemos conclusiones precipitadas, pero sí anotemos que en pocos días la prima de riesgo de Italia respecto al bono alemán a 10 años –que mide la solvencia de un país en los mercados–, que últimamente más que doblaba la española, se nos ha ido acercando: 1,03 frente a 0,69 el viernes. Todavía estamos mejor, pero…

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