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Alberto Soldado

El regreso a lo sencillo

Nuevos altercados en las protestas por Pablo Hasel en Cataluña y Madrid

Tiempos convulsos, tiempos de confusión. Asistimos como impávidos a una sucesión de hechos que en sereno análisis nos parecen una silenciosa revolución. Todo aquel sistema de valores que se sucedió de padres a hijos se desmorona ante nuestros ojos. Hemos alcanzado un grado de indiferencia de tal magnitud, ante una realidad que asumimos como inalterable, que consideramos como normal lo que hace menos de treinta años era un escándalo público. Asumimos que los más altos dignatarios se enriquezcan a costa del dinero de todos; aceptamos con resignación que nuestros impuestos se destinen a subvenciones que no tienen más fundamentos que tapar bocas y ganar votos; consideramos normal que la clase política pervierta el fundamento de la democracia conspirando para controlar la justicia y los medios de comunicación. Hemos vejado la meritocracia y la sustituimos descaradamente por el amiguismo que fideliza el voto esclavo. En realidad gran parte del quehacer de los cargos públicos de aquí y de allá priorizan su estatus personal y el de sus allegados porque, en casi todos ellos, la política se ha convertido en su medio de vida, en su único medio de vida.

No es normal que la mitad del pueblo de Catalunya no haya votado y que la otra media parte, subdivida, decida sobre los destinos de toda España, por ejemplo. ¿De verdad se creen con tanta autoridad para considerar que la abstención no debe considerarse como una reacción de hartazgo y desprecio a lo que hacen, dicen y promueven? ¿No son capaces de pararse a reflexionar cómo recuperar el prestigio de las instituciones que les dan de comer?

La confusión perturba el libre albedrío, la libre elección del mejor camino. Es evidente que los humanos somos unos bípedos capaces de las mayores atrocidades, llevados de la codicia y también por la vulgaridad. Y nuestra defensa cobarde consiste en actuar como corderitos miedosos de salir del rebaño. Es raro encontrar en el panorama actual sonidos disonantes en el concierto del control mediático. Hemos asistido estos días a la defensa de un personaje que canta canciones con letras infames. Letras que invitan al tiro en la nuca, al odio al discrepante. Lo han defendido altos cargos en base a una supuesta libertad de expresión que, por lo visto, no está sujeta al Código Penal. Podemos comprender las razones de una rebeldía, que las hay y muchas, pero no podemos entender que cargos de responsabilidad, que deberían estar al servicio de todos, y al servicio de la ley, sin la cual no hay libertad, aparezcan ante la ciudadanía como forofos de delincuentes juzgados. Eso perturba, eso confunde, eso no es propio de una democracia seria.

Frente a este panorama desolador seguimos creyendo en el individuo que ha sido capaz de crear la música, la belleza del arte y que ha descubierto el valor de la ciencia. Quizás haya que volver a Platón, cuando no dejaba entrar en la Academia a quien no fuese geómetra. Seguimos creyendo en la herencia de Atenas y de Jerusalén; seguimos creyendo en el ideal socrático del examen de la vida y la búsqueda de la trascendencia y seguimos creyendo en la necesidad de entregarse como Francisco de Asís a poner amor donde haya odio, a poner unión donde haya discordia y a poner esperanza donde haya desesperación. Seguimos creyendo en lo sencillo que es saber distinguir lo bueno y beneficioso para uno y para todos, y lo malo y perjudicial para uno y para todos.

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