Pablo d’Ors, nos habla, meditando, en la ‘Biografía del silencio’, mientras Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, recuerda que el tiempo del silencio ha concluido -‘Delito de silencio’- y Raimon canta a un silencio que no es resignado: «Jo vinc d’un silenci, antic i molt llarg, d’un silenci, que no és resignat». Hoy ya no se puede, o no se debe, ser espectador impasible.

Pues los indignados no son apenas unos cuantos, sino muchos miles; ni antisistema, aun cuando pueda haberlos; ni jóvenes desorientados, pues saben muy bien hacia dónde no quieren ir. Son jóvenes preparados, y también menos preparados, pero igualmente indignados, que se cuestionan sobre un modelo de sociedad que les ofrece pocas alternativas razonables. Empezando por el empleo y siguiendo con la vivienda. El primero, escaso; y la segunda, hipotecados de por vida.

Que únicamente fomenta la competitividad e ignora la solidaridad. Que se desentiende de los necesitados, de los de aquí, de los de allá, y de los que pretenden llegar, o consiguen hacerlo, al fin. Que agudiza las contradicciones respecto a un modelo de sociedad en el que han crecido y que no les ofrece alternativas para conciliar, en el ámbito individual, el desarrollo personal con el beneficio social. En el sector empresarial, en general, el excedente económico con la responsabilidad corporativa. Piensan, como dijera Kundera, que sólo tienen una vida, sin ensayo ni repetición, y quieren hacer lo posible por arreglarlo.

El dinero fluye hacia quienes trafican con favores, enriquece a quienes lo hacen con sobornos, la corrupción resulta recompensada y las leyes no protegen suficientemente al ciudadano. Algo a repensar hoy en día. También, los indignados deben observar que cualquier norma democrática ofrece cauces de libertad que no deben ignorar. El problema estriba en que los que manden posean la suficiente autoridad moral para gozar del respeto de los que obedecen, como dijo Lichtenberg. En definitiva, que los políticos democráticamente elegidos tengan suficiente credibilidad social para recoger el sentir popular de sus representados y canalicen las propuestas colectivas hacia el bienestar social.

Se dice que una sociedad tiene los políticos que se merece. Quizás lo mismo pudiera expresarse de otra manera. Tiene los políticos que se le parecen. Así, en cualquier ámbito que se considere, no podemos quejarnos de los políticos que nos representan, pues viene a ser una muestra suficientemente representativa de la sociedad que somos. Ni mejor ni peor, sino sólo un ejemplo más. La responsabilidad de nuestros representantes en las instituciones públicas alcanza a los electores que nos limitamos a dejar en manos de los elegidos el futuro que a todos corresponde. Estamos, pues, invitados a no resignarnos y a romper el silencio. Votar, claro está, pero también, opinar con libertad y alzar la voz en favor de una sociedad más dinámica y socialmente justa. Como dijo el poeta Blas de Otero, aunque hayamos perdido el tiempo, andado entre sombras del silencio, nos queda la palabra.