¿Y si silenciamos el ruido ensordecedor que hay ahí fuera y nos centramos en las cuestiones que realmente son importantes?

La polarización en la que está inmersa la sociedad no parece permitir el debate y la reflexión sosegada, sino más bien lo contrario, incita al enfrentamiento constante y la incredulidad como norma generalizada, y más preocupante si cabe, pretende reescribir a través de opiniones o impresiones los hechos, la verdad objetiva, los datos.

En este sentido Hanna Arendt, sobre “la verdad y la mentira en política” se atrevía a señalar que “la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos”.

La aceptación de los hechos, de la información objetiva, deberían considerarse como puntos cardinales, puntos de encuentros o comunes en los que sustentar nuestros relatos, sin embargo, y lejos de esto, existe un constante barullo que nos atrapa y nos lleva hacía un lugar que parece que conforme avanza, el camino se va autodestruyendo. Como si nuestras aspiraciones no pudiesen ser otras que las de resignarnos a vivir en una sociedad distópica, una sociedad sin un futuro deseable.

El juego de los sectores reaccionarios siempre ha sido el mismo. Reescribir la historia, y no ofrecer una alternativa que inevitablemente no pase por la desesperanza, el miedo, o incluso la violencia.

El feminismo, no sin esfuerzo, ni resignación, ha recorrido trescientos años de su historia aflorando verdades que interesadamente se mantenían ocultas. Y aunque esa verdad doliese, sabía lo importante que era para poner en la agenda pública el estado de la cuestión de las mujeres.

La conceptualización, los datos y la visibilización, han sido, y seguirán siendo el tridente que nos garantiza la base para un análisis objetivo de las situaciones de discriminación que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo.

En este marco, no es de extrañar que a la derecha le moleste el 8 de marzo, y por eso se empeñan en criminalizarlo constantemente. Cada año alegan un pretexto, y tampoco es nuevo eso de que quieran que nos quedemos en casa. Equivocadamente creen que con ese ‘mansplaining’, que acuña Rebecca Solnit, consiguen acallarnos y evitar que les enfrentemos contra una verdad que les pone en evidencia.

Sin embargo, este 8 de marzo, aunque se celebre de manera diferente, no nos van a desmovilizar. Las organizaciones feministas promoverán una serie de concentraciones puntuales y restringidas. Ya está dicho, pero de nuevo lo ratifico. No, no habrá manifestación multitudinaria, y no por falta de motivos o ganas, sino por la responsabilidad que todo el mundo debiese tener en una situación de pandemia como la actual, pero que sepan que también estamos cansadas de que sólo esta responsabilidad sea exigible a las mujeres, cuando ha habido otros colectivos (y acabo aquí la descripción), que con menos acierto, han desfilado constantemente por nuestras calles en estos últimos meses.

Mientras las brechas como la salarial esté ahí, mientras no exista corresponsabilidad, mientras se empeñen en borrarnos como sujetos políticos, mientras estén en riesgo los avances conseguidos, mientras exista violencia contra las mujeres, claro que seguirá siendo necesario el 8 de marzo.

No podemos dejar de reivindicar lo importante, la necesidad de avanzar para lograr el cambio de paradigma social, institucional y empresarial que nos permita alcanzar una igualdad real y efectiva de mujeres y hombres.

Tampoco podemos, no atender la advertencia de la ONU, en este caso, sobre la crisis sanitaria quien afirma que “los escasos derechos adquiridos durante décadas en materia de igualdad pueden verse reculados a causa de la covid-19”. Una advertencia que la propia Simone de Beauvoir ya antecedía con aquello de “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa -añadiríamos aquí, sanitaria-, para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.

Con ello, todos los días seguiremos poniendo el foco en las cuestiones que nos importan, sin distracciones de ningún tipo, pero especialmente el 8 de marzo es imprescindible para poner en agenda las verdades que compartimos, las que nos duelen, las que queremos revertir, ese día no habrá ruido, ese día se escuchará una voz, la de todas, y nos llenará de energía para seguir resistiendo, como decía Carmen Alborch, “hasta el último suspiro”, hasta conseguirlo.