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Mar Gómez Fornés

Lamento y decadencia

Los expertos en mercadotecnia política

Que la política estaba imbuida de charlatanería y, por lo tanto, desprestigiada era más que sabido. Estos días, la tendencia ha subido un grado.

El gran cuerpo político sobre el que creíamos estar más o menos radicados se ha convertido en arcilla, y la desconfianza entre unos y otros ha ido avanzando como mantequilla fundida.

Vivimos días nefastos, muy parecidos a los que dieron lugar a la guerra del Peloponeso. Guerra que, como todas, siembra de ruina y desesperanza lo poco que queda en pie.

En esta que nos atañe, hay efluvios del sudor de Pericles, pues, al igual que él buscaba gresca en Megara para desatar la guerra en Atenas, ya nadie duda que Pedro Sánchez anda buscando camorra en Madrid.

Se nos ha puesto la política de un color decadente con la incesante reyerta. Ya nadie baja limpio de tan pútrido Olimpo. Más parece que nos gobiernan cerebros disecados. Y me pregunto si lamentarnos no empieza a ser una mera coartada más en el tejido de estrategias que los caballos de Troya reconvertidos en asesores de los partidos políticos se reservan para la gran traca final.

Qué efecto hipnotizador no tendrán algunos –se me viene a la cabeza Iván Redondo– que van dejando en estado de narcolepsia a políticos como el popular extremeño José Antonio Monago, quien desde que se dejó arrullar por él padece la sombría enfermedad del amor no correspondido. Monago permanece anochecido como boca de lobo desde que Iván Redondo le inoculó el síndrome de Estocolmo.

Ignoran algunos dirigentes que cuando un asesor se les ofrece y adula con pócimas mágicas, haciéndoles creer que van a convertir su talento, el que sea, en deslumbrante liderazgo, perversas contrapartidas esperan tras la bella promesa. Monago se lo creyó, se sintió ungido por el susurro de perseidas que Redondo le ponía sobre la mesa cada mañana. Sucumbió.

Estrategas de este porte llevan años estudiando a los clásicos, cosa que el pobre político no tiene tiempo de hacer; entonces llega, llama a la puerta y dice: “Yo te endiosaré”; es entonces cuando se pervierte la política, y todo cuanto toca.

¿Es posible dejar al albur de estos mentores la política Preceptores que apenas ven caer en la fosa el cadáver de su cliente maniobran buscando al siguiente infeliz... al afligido político que aspira a brillar más que el remoto fuego de la civilización. O sea, una imprudencia, una temeridad para el buen gobierno y la tranquilidad de los ciudadanos.

Como de costumbre, no se sabe con precisión qué tipo de artimañas usa Redondo en tan melifluas maniobras con tal de hacer caer a sus pies a la clientela; por eso estaría bien que Monago abriera la cajita de brebajes, narcóticos y otros venenos que en su día le fueron suministrados. Quien dice Monago dice cualquier otro miembro del PP de los que, me consta, bebieron sus potajes.

Es sabido que la hechicería comienza por incomunicar al señor de sus vasallos; aislarlo, acordonar la parte sensible del aludido, para dejar al aire la gelatina de su ego. Una vez bloqueado el caballero en su fortaleza, es decir, en su propia persona, en la yema del yo, el consultor tiene las manos libres para emprender la gran obra de Dios, esto es, crear el mundo a partir de ese YO omnímodo. Las consecuencias son inmediatas: el YO se despeña por el espejismo del poder holista y comienza a perder contacto con el sentimiento del pueblo.

Monago debe verse muy bien reflejado en Pedro Sánchez, encumbrados, iluminados ambos por la argucia y hábil política de un experto en mercadotecnia.

¡Bravo! Un brindis por aquellos que tocaron el cielo. Por los aspirantes que alcanzan su florecimiento meteórico por un puñado de gloria. La Historia se repite, como la miseria de los hombres que la hacen.

Lamento y decadencia.

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